El premio Nobel de la Paz es, seguramente aquel que se discierne con mayores intenciones políticas de los cinco instuidos por el inventar de la dinamita, el sueco Alfred Nobel. Porque si bien es cierto, durante la mayor parte del siglo pasado se confirió a personas u organizaciones respecto de las cuales no hubo discusión, al final cayó en poder de figuras ante las que no hay el menor consenso. Por ejemplo Henry Kissinger; a la izquierda del mundo no le hace ninguna gracia la persona del secretario de Estado del presidente Nixon. Y sin embargo, fué premiado por su papel en el espectacular restablecimiento de relaciones entre China y los Estados Unidos en la década de los 70. Y qué tal Yasser Arafat ? De guerrilllero brutal y sangriento a héroe de la pretendida paz entre Palestinos e israelíes. Paz que por supuesto, no se logró nunca. O Al Gore, el desangelado vicepresidente americano que de manera completamente desenfadada se autoproclamó inventor de Internet, y ahora es productor de una película tendenciosa y nada científica sobre el calentamiento global. Pero es premio Nobel de la Paz.
Esa extraña motivación película de los galardones se ha extremado con el tiempo para convertirse en un reconocimiento a quienes efectivamente trabajan por la paz mundial, sino a quienes representan a determinadas minorías, en nombre las cuales adelantan campañas de reivindicación, seguramente respetables y meritorias pero que tienen poco que ver con los motivos que inspiraron al inventor sueco a crear la fundación que tiene su nombre.
Y si como se asegura, este año el premio va a Piedad Córdoba, se seguirá esta tendencia al premiar a una persona de dudosas actitudes contra el gobierno desde el extranjero, pero que ha contado con la buena voluntad de las FARC para hacer de ella la gran intermediaria en la liberación de algunos de los secuestrados por esa guerrilla. Lo que por supuesto, nada tiene que ver con la paz, pero posiblemente sí, con el premio Nobel de la Paz.
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