Con la habilidad que tienen los medios europeos para hacerse los desentendidos cuando se enfrentan a cosas desagradables para su difícil clientela, la prensa de ese continente ha procurado bajarle el perfil a la verdadera bofetada que el Viejo Continente acaba de recibir del Presidente Obama.
En efecto, por primera vez, en 17 años un jefe de Estado de la primera potencia mundial, no asistirá al encuentro tradicional con los líderes de la Comunidad Europeo, ahora bajo el mando del ppresidente del gobierno español, Rodriguez Zapatero.
Es un juicio contundente no solo sobre el escaso interés que suscitan en el mandatario norteamericano las reuniones con los jefes de gobiernos europeos, irresolutos, vacilantes y desunidos, sino sobre las posibilidades de que de esas reuniones surjan decisiones verdaderamente importantes.
Europa saludó el gobierno de Obama con grandes ilusiones, no solo porque reemplazaba al detestado presidente Bush, con su desdén absoluto por la opinión de los dirigentes europeos, sino porque tenía la esperanza de que la nueva administración norteamericana se comprometiera en una especie de alianza de poderes, conjunta y multilateral.
Pero Obama no tiene ningún interés en compartir sus inciativas y en comprometer los intereses de su país en un consorcio con gente que, sin aportar mayores esfuerzos, pretende ser tenida en cuenta como gran potencia, en igualdad de condiciones con los Estados Unidos.
Eso es lo que ha quedado claro.
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