* Cuando fué elegido, Sarkozy nos sorprendió gratamente porque reformaba el estirado y ampuloso estilo de los presidentes y de los gobiernos franceses. Parecía un soplo refrescante en un país donde los mandatarios parecían determinados a restablecer el estilo y solemnidad superficial de los monarcas del Ancien Régime. Rodeada de una liturgia secreta y revencial, la Presidencia francesa aparecía lejana y ceremonial. Sarkozy empezó haciendo joggin y con un estilo juvenil que escandalizó a la sociedad francesa, empezando por la izquierda, que consideró su preocupación por el ejercicio físico, una tendencia fascista y hitleriana. Sus atuendos, una inaceptable "americanización" del Eliseo, y sus líos matrimoniales una "pipolización" (por la revista People), de la vida pública Para la intelectualidad gala el prototipo respetable es un enclenque superdotado, pero feo y ojalá bizco como Sartre. Así y todo, a la juventud, más bien le agradó ese cambio.
Luego vino su matrimonio a la Hollywood con la cantante Carla Bruni, y los franceses, un poco a regañadientes se sintieron mejor, especialmente cuando, a raíz de la visita de la pareja presidencial, la prensa inglesa se volcó en elogios para la Primera Dama, considerándola la personificación de toda la elegancia, glamour y sofisticación francesas, no importa que en realidad sea italiana.
Pero Sarkozy ha demostrado que era totalmente incapaz de sacar a Francia de su apolillada tradición de "dirigisme", y su gusto por beneficios laborales que siguen siendo insostenibles, la propiedad estatal de las grandes empresas de servicios públicos, y las marchas multitudinarias para bloquear cualquier intento de modernizar el Estado. Sarkozy ha probado que comulga con la idea de que la comunidad europea es magnífica, siempre y cuando sea dirigida por Francia, saboteando siempre todo medida que no se acomode a esa visión "exclusivista de su país.
Y lo peor, ha caído en un tonto populismo, sosteniendo iniciativas internacionales que son totalmente impracticables, porque los EE. UU. no las acompañarán, como su guerra personal contra los altos ejecutivos del sector financiero, una idea muy loable y justa, con gran agarre en un electorado que vé la desigualdad con profundo disgusto; pero que las grandes empresas americanas no van a apoyar, y es dudoso que Obama tenga instrumento jurídicos para imponer.
Su ingenua pretensión de establecer una alianza privilegiada con Obama que resultó en una previsible desilución: por olvidar que éste es, al fin de cuentas, el presidente de la primera potencia del mundo, y defiende y defenderá, por sobre todo, los intereses de ella.
La crisis europea, frente a un presidente vacilante e incoherente, solo puede haber producido la caída de la popularidad de Sarkozy, con un ítem aún más ominoso: la certeza, al menos por ahora, de que no logrará la reelección. Y pasará sin pena ni gloria por la historia de Francia.
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