domingo, 6 de diciembre de 2009

Copenhage

La cumbre de Copenhague fracasará con toda seguridad. Porque en el debate sobre el calentamiento global hay mucho de cinismo, estratagema y política.

Cinismo porque las campañas para persuadir a la gente son sin duda extremistas: se trata de hacer aparecer como si el desastre universal fuera inminente. Y esa clase de catastrofismos resultan contraproducentes, como lo demuestra el hecho de que mucha más gente de la que se piensa, es totalmente escéptica sobre la responsabilidad del hombre en el aumento de temperatura.

Estratagema porque las organizaciones internacionales que luchan para que se le impongan frenos a la dilapidación de energía, empezando por la ONU, piensan que no existe otra manera de persuadir a la gente que mediante la alarma extrema y el terror. Ya lo vimos en el caso de la gripa porcina, cuando la UNICEF lanzó su campaña de pronósticos apocalípticos. El resultado es que frente a una amenaza verdaderamente peligrosa, el mundo terminó por cansarse, y la H1N1 no suscita la inquietud que debiera.

Prueba de esa política de engaño y falsificación, es el escándalo de las filtraciones de correos de una importante Universidad inglesa, cuyos científicos comentan la necesidad de ocultar las inconsistencias sobre las causas reales del calentamiento global.

Política porque esta no es una desinteresada y altruista campaña. Detrás de ella se mueve el evidente interés por frenar a las economías más fuertes del mundo, y a los países que están emergiendo con fuerza como Brasil, Rusia o la India. El interés es particularmente de Europa: el Viejo Continente, la "señora gorda, rica, chismosa, y perezosa" vé con temor cómo su papel en la economía mundial está en peligro. Y nada mejor para controlar la amenaza que obligar a sus competidores a disminuir su crecimiento industrial mediante el control de las emisiones contaminantes. Ellos lo saben, y de allí su resistencia a seguir el juego, con todos los peligros que ello implica.

Y es que nunca la humanidad ha actuado desinteresadamente. Y mucho menos Europa que es el paraíso de la hipocresía cuando se trata de su poder y de su preeminencia; lo cual no le impide pontificar sobre derechos humanos y darle lecciones a quienes considera menos civilizados que ella.

No se trata de negar el peligro sino de reclamar mayor claridad y responsabilidad en las campañas de protección del ambiente. Porque de no hacerlo, será imposible convencer a la gente de que la situación es muy grave, para que sea ella quien exija que este espectáculo de histeria y politiquería mundiales no nos destruya a todos.

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