Hace algunas semanas, los acontecimientos del Tibet retuvieron por varios días la atención de la prensa y provocaron serios estudios sobre la situación de esa región y sus relaciones con China, aparte del papel del Dalai Lama, e incluso, un posible boicot de los Juegos Olímpicos por la Comunidad Europea. Ahora el asunto ya no interesa tanto.
Antes de ayer, el mundo se conmovía por el ciclón que arrasó Birmania y por la desalmada reacción de la junta militar gobernante que impedía el libre acceso de las ayudas y los rescatistas. Al final, y antes de que supieramos cuantas víctimas había habido, la información se fué esfumando de las páginas principales y fué reduciendose a una cuestión anecdótica.
Desoués fué el turno del terremoto en China. Esta vez la atención del periodismo se fijó en la diferencia de actitud de las autoridades frente a los esfuerzos de los grupos de ayuda, y los analistas nos dijeron que China, en su afán de lavarse la cara y acicalarse para los Juegos Olímpicos, estaba en un plan de colaboración total. Entre otras cosas, el mensaje implícito es que, pasados los juegos, no hay que esperar nada bueno, sino un regreso a la rigidez de antaño.
Y en el entretanto, cuando la noticia se desliza gradual pero inexorablemente a las páginas interiores, la cifra de muertos supera los 41.000; pero ya no es tan importante. Ahora hay que volver a Obama.
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