miércoles, 2 de enero de 2008

Las guerras tribales

Cuando en los años 60 se inició el proceso de independencia en Africa, éste fué recibido con entusiasmo entre los enemigos del poder imperial europeo, a pesar de que en ciertos países fue extremadamente violento , y significó muchos sufrimientos para quienes quedaron en medio de los acontecimientos. Se pensó, sin embargo que, aún lamentando esas desgracias, ellos no eran otra cosa que los costos de un colonialismo, que en algunas ocasiones fse había percibido como particularmente brutal.
La tendencia, sin embargo, llevó también a un cierto maniqueismo según el cual los africanos eran siempre las víctimas y los europeos, sin atenuantes, sus victimarios. A esta simplificación de la realidad contribuyó también, y en no poca medida, la prolongación del Aparheid en Suráfrica, mantenido contra la condena generalizada del mundo.
Pero lo cierto es que, en Africa quedaban problemas internos que el colonialismo había mimetizado y que que iban a generar situaciones muy complejas de resolver, precisamente por ese maniqueísmo elemental de que hemos hablado. Tales situaciones estaban determinadas por las rivalidades seculares entre las diversas etnias del continente.
Uno de ellas era la tensión existente entre los Tutsis y los Hutus. Cuando fué imposible mirar para otro lado, los europeos responsabilizaron también al colonialismo de estar en la base de las querellas. Se trató de una imputación no totalmente injustificada. Los Belgas al ejercer su dominio, se apoyaron en los Tutsis porque eran ellos quienes siempre tuvieron la supremacía territorial y tribal sobre los Hutus, en sus colonias. Pero esa preferencia profundizó la brecha entre las dos etnias. Los Tutsis eran comerciantes, con la seguridad y el trato que les daba su experiencia para relacionarse. Los Hutus eran pastores y labriegos, y por tanto más introvertidos.
Cuando, hace diez años estalló la guerra en Ruanda, el mundo occidental, prisionero de esas esquematizaciones elementales, simplemente no supo qué hacer. Y entre tanto, en una explosión de ferocidad incontenible, hubo más de un millón de tutsis muertos, sobre todo a machete, lo que le dió a esa espantosa masacre unas características propias de épocas remotas.
Ahora parece existir la posibilidad de que otro genocidio igual de brutal se produzca en Kenia.Las elecciones presidenciales, que determinaron la sospechosa reelección del mandatario actual, despertó viejos resentimientos. Una vez más dos etnias, los Kikuyos y los Luos se miran con violento rencor, como lo prueba el incendio deliberado de una iglesia para matar a quienes en ella se refugiaban. Treinta personas fueron así calcinadas por pertenecer a los del otro lado.
Parece, sin embargo, afortunadamente, que esta vez las grandes potencias son más conscientes de que no pueden encerrarse en los límites de concepciones simplistas, y quieren evitar otro baño de sangre en un país que había sido hasta hoy, sido modelo de estabilidad y progreso económico, y cuya desintegración, o incluso desestabilización generaría un efecto dominó en todo el Oriente de Africa, por su posición geográfica vital, como corredor de paso de provisiones desde el mar, especialmente para sus vecinos mediterráneos.

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