miércoles, 6 de febrero de 2008

Palabras en fuga

El brasileño Ivan Angelo escribe en la revista VEJA un artículo del cual no he resistido la tentación de hacer una versión muy personal en castellano. Dice así ella:

- Cuántas veces nos pasa eso ? Uno busca una palabra y ella se esconde. Revisa almohadas en la mente, abre puertas, saca gavetas en los compartimentos del pasado, esculca en los bolsos de la memoria, levanta tapetes, ella estaba claramente a la vista, allí. . . o allí, . . . pero no aparece. Palabras brincadoras, que saltan de un lado para el otro. Palabras que nos evitan, mal agradecidas, que se olvidan de las veces en las que uno hizo buen uso de ellas, cuidando de lo que tienen más valioso: la precisión y la exactitud.

Uno percibe, en el momento preciso, que una palabra está huyendo. En medio de un asunto, casi llegando a ella, atento a dos o tres palabras que deberían venir antes, la vé retirarse, vislumbra su fuga, la persigue. . . casi la agarra por el pelo, y entonces se escapa, y ya uno no la consigue más porque se le ha perdido.

Puede ocurrir cuando uno cuenta un chiste: de repente no logra acordarse de un detalle sobre el cual se apoya toda la estructura del relato gracioso, y lo que era el momento de lograr una divertida ovación, se vuele un amargo desastre.  O pasa cuando al contar el caso de una persona cuyo nombre es esencial, éste no viene; o al recomendar un libro, el título se apaga de repente junto con, -ay Dios!-, el nombre del autor. O cuando uno se encuentra con esa persona que uno sabe perfectamente quien es, pero cuyo nombre. . . el nombre, . . . su nombre, . . . maldi. . . ajo !!!

Muchas veces, cuando la reunión es entre amigos y sucede una falla de esas, uno cruza los dedos esperando que el gesto funcione como el encendido de un motor, o como un estimulante: uno se concentra exprimiendo las neuronas, pero las neuronas no son cachorritos, ni saltan juguetones agitando el rabito. Uno acude a los amigos del grupo, a alguno que quizá tuviese aquello de lo que uno se quiere acordar, y comienza un juego de palabra tras palabra, -Cómo es que se llama eso, amigo ? eso!! y sigue lanzando pistas que podrían llevar al amigo a localizar el dato perdido, pero el cerebro de nuestro amigo camina por un lado y el nuestro por otro; no. . . no! eso no es!! y uno se voltea al otro amigo que tampoco funciona, como no funciona el repertorio de nuestra mente, que está en un bloqueo momentáneo e inverosímil.

Otros asuntos van entrando en la conversación; la palabra desaparecida deja de atraer la solidaridad de las amigos; algo menos trabajoso, o más divertido, o más emocionante o más urgente los conquista y se van yendo. Y uno se queda solo con un misterio, Sherlock sin  el doctor Watson.

Uno piensa en su cerebro como un computador con virus tipo caballo de Troya que ha esparcido enemigos por todos los caminos y han trabado el sistema, no deja que se encienda la pantalla, que se abran los archivos y  que la búsqueda funcione. Uno hunde teclas y teclas, y no pasa nada.

Llega un momento en que las personas se dispersan y regresan a sus mundos. El grupo, en el que se comparten personas y hechos,  se disuelve, y al dispersarse lo deja a uno con esa falla de la memoria, solo, pero con aquella palabra que lo desafía escondida tras un muro que impide que uno se libre de la necesidad de recordar, y la vida se convierte en un laberinto por donde uno camina buscando la palabra.

Las personas, otras personas, conversan con uno. Parece que todo está bien, pero uno vuelve a distraerse en la persecusión obsesiva, porque le pareció, en medio de la conversación que la tal palabra estaba allí, acercándose, o incluso pasó, reluciente e irrecuperable como una estrella fugaz.

Y entonces, llega la noche y uno se acuesta a dormir; y se despierta en la madrugada repentinamente, y allí está. . . toda la palabra, entera, inmóbil,completa, precisa y ahora, desesperadamente inútil !!

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