miércoles, 10 de diciembre de 2008

Este 10 de Diciembre las Naciones Unidas celebran el 60 aniversario de la Déclaración Universal de los Derechos del Hombre (DUDH). La paradoja de la situación es evidente: jamás la retórica de los derechos del hombre ha estado tan presente, y sin embargo, pocas veces la realidad internacional ha sido tan sombría. Después de los crímenes de Darf, de las masacres que se acaban de cometer en el Congo, o de los 4 millones de personas que ya han perecido por las consecuencias directas o indirectas de los conflictos en los años recientes.   

Traducida a máss de 300 lenguas, la Declaración es uno de los textos que más han marcado la segunda mitad del siglo XX. Numerosas Constituciones incorporaron en su texto disposiciones de la DUDH. Muchos grupos se han valido de ella para apoyar sus reivindicaciones. A pesar de no tener obligatoriedad, la Declaración ha sido más que "una carta dirigida a Santa Claus" como lo afirmó de manera aguda, Jeane Kirkpatrick, representane americana en la ONU entre 1.981y 1.985. La Declaración ha hecho que en la conciencia colectiva se haya fijado la idea de que todo ser humano tiene derechos inalienables. Para retomar la fórmula de Hannah Arendt, "aún los sin-derechos tienen derechos".

Pero también ha habido efectos perversos: los derechos humanos se han convertido en el nuevo idioma de los gobiernos para justificar sus posiciones y sus acciones en materia de política extranjera. Esta instrumentalización ha tomado múltiples formas, y se ha tornado a veces en una manera cínica de justificar supuestas diferencias venidas del multiculturalismo.


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