lunes, 24 de agosto de 2009

Semenya

Baja del avión en el aeropuerto de Johannesburgo, donde la esperan multitudes eufóricas para celebrar sus logros en el Mundial de Atletismo. No sonríe, no celebra. Se ve triste, confundida.

Y no es para menos. Caster Semenya es una muchacha de 18 años a la que le ha ocurrido lo peor que le puede pasar a una adolescente: ver cuestionada su identidad sexual públicamente y, en este caso, a nivel mundial y a gritos:

"¿Es hombre o mujer?", "Dudan que atleta sudafricana sea mujer", "La ambigua sexualidad de Semenya" "¿Caster Semenya es él o ella?"

No sé a ustedes, pero a mí el manejo mediático de la polémica en torno a la identidad sexual de la atleta sudafricana me ha parecido de una crueldad apabullante, aunque, francamente, no es tan difícil de comprender.

Porque lo cierto es que en la ya diversa historia de los juegos deportivos, siempre ha existido la sospecha de que algunas de las atletas ganadoras fueron en realidad seres de sexualidad ambigua o equívoca. Esa fué sospecha que recayó sobre todo en las atletas de los países comunistas. Pero también otros países han caído esporádicamente en la tentación de hacer trampa llevados por la alta rentabilidad política que produce el prestigio deportivo.

Tal es el sino que ha perseguido a Semenya, cuyas marcas han sido tan gruesas como la voz, y sus indudables rasgos musculares.

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