Parece que, por fin, el Gobierno despertó de su letargo económico. Pudo haber sido la información adelantada sobre el mal resultado del PIB en el último trimestre del 2008 y la baja a 2,5 por ciento del crecimiento económico en el año. O los datos de la Encuesta Mensual Manufacturera del Dane que se conocieron hace una semana y registraron la caída del 10,7 por ciento en la producción industrial frente al mismo mes del año pasado. O no correr el riesgo de hacer el 'oso' en la celebración de la Asamblea del BID, reunida hoy en Medellín.
Proyectar que la economía iba a crecer 3 por ciento en el año en curso era pensar con el deseo. América Latina está siendo brutalmente afectada por la crisis. Por eso vemos diariamente que los gobiernos, las entidades multilaterales y los analistas rebajan sus estimativos de crecimiento para el año. El Banco Mundial, por ejemplo, redujo el de la región de 2,7 por ciento en septiembre del año anterior, a 0,3 en febrero pasado. Y en Colombia ya hay entidades que predicen crecimientos de cero o, incluso, negativos. A mí me da miedo que se repita en esto la historia de 1999, cuando solamente en los finales del año autoridades y analistas cayeron en cuenta de que la economía se había contraído dramáticamente.
El golpe a la actividad económica por el lado de los ingresos de divisas del país es muy fuerte. Los ingresos por concepto de exportaciones de petróleo, carbón y níquel caerán en el 2009 en por lo menos 6.000 millones de dólares, después de haber alcanzado cifras récord en el 2008. Las exportaciones de manufacturas también se verán afectadas por la crisis estadounidense y el menor crecimiento de Venezuela y Ecuador. Las remesas serán inferiores en cerca de 1.000 millones de dólares a las del año anterior y las entradas por inversión extranjera directa se reducirán en unos 3.000 millones de dólares.
En total, los ingresos de divisas van a caer en por lo menos 10.000 millones de dólares. El déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos se elevará y deberá financiarse con un excedente en la cuenta de capitales proveniente de créditos externos obtenidos por el Gobierno, o por la caída de las reservas internacionales del Banco de la República.
El lunes pasado, día festivo en Colombia, el Consejo de Ministros tuvo una sesión de siete horas. Aparentemente, el único tema de la agenda fue la situación de la economía. Se revisó el famoso plan de los 55 billones de pesos para urgir su ejecución y se pidió a los gobiernos locales que aceleren también el desarrollo de sus proyectos de gasto público por cuanto tienen los recursos para hacerlo. Y se escuchó al gerente del Banco de la República, entidad que ha venido haciendo su tarea y que precisamente el viernes de la semana anterior redujo en otro punto porcentual su tasa de interés de intervención en el mercado monetario.
El Gobierno tiene una enorme responsabilidad en el manejo del impacto de la crisis. No solamente aligerando la ejecución de los proyectos de inversión ya contemplados en el presupuesto e ingeniándose otras medidas para generar empleo y aliviar el bolsillo de los colombianos, sino, muy importante, evitando un explosivo incremento de la pobreza. Tendrá, entonces, que reforzar su política social por cuanto, como lo escribió recientemente el profesor Amartya Sen en un extraordinario ensayo ('Capitalism Beyond the Crisis'. The New York Review of Books, 26 de marzo del 2009), si bien las fortunas de los ricos se han mermado, los más afectados por las crisis son los que están peor, es decir, los más pobres.
Lástima grande que las altas esferas del Gobierno y de la política estén dedicadas al tema de una segunda reelección del presidente Uribe. Porque sería el momento oportuno de repensar con cuidado las grandes reformas que el país necesita -la de la salud, la de las cargas parafiscales o la de las redes de protección social- y de buscar consensos políticos para su aprobación.
Pero, bueno, por lo menos en lo macroeconómico, el Gobierno parecería haber despertado. Algo es algo.
Carlos Caballero Argáez
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