lunes, 23 de marzo de 2009

Muere Jade

No se puede decir que Jade Goody no haya sido una persona coherente: vivió su vida delante de las cámaras y delante de las cámaras estuvo casi hasta que le llegó su fin. Ha muerto como vivió. Circundada por el zumbido de los 'flashes' y merodeada por el olfato carroñero de los periodistas, que han seguido su agonía mediática con una mezcla de escándalo, interés y perplejidad.

Jade Goody –fallecida el domingo de madrugada con apenas 27 años- será recordada como la estrella indiscutible de los programas de telerrealidad. Y no sólo por sus apariciones en distintas ediciones de 'Gran Hermano' sino porque logró construir en torno de ellas un negocio multimillonario y multidisciplinario que abarcó el lanzamiento de un perfume, tres DVD para estar en forma, la publicación de sendas autobiografías y la emisión de 'reality shows' personalizados, dedicados en exclusiva a una vida por lo demás anodina y presa de la banalidad.

Criada en un hogar destruido por las drogas y la pobreza, Jade pasó la niñez sin apenas ver a su padre –que murió unos años después en plena sobredosis mediática de su hija- y cuidando como pudo de su madre –adicta al crack y mutilada por un accidente de motocicleta-. Así las cosas, no tuvo tiempo ni dinero para estudiar y terminó trabajando de celadora en lel consultorio de un dentista. Un empleo mecánico y rutinario que dejaba más o menos a salvo su ignorancia y ponía en sus manos algo de dinero para salir los fines de semana y llegar a duras penas a fin de mes.

Todo eso ocurrió antes de entrar en 'Gran Hermano' y de que el torbellino mediático entrara para siempre en su vida. Goody paseó por la casa sus ganas de bronca y reveló sus carencias en los afectos y en la educación. Todavía hoy los británicos recuerdan el momento en el que se refirió a la región de East Anglia como 'East Angular' y preguntó acto seguido si estaba en el extranjero.

Reina de la telebasura

Lejos de granjearle el rechazo del público, este tipo de episodios la entronizaron como la reina de la televisión basura. No sólo porque conectara con la mediocridad dominante de la audiencia. También por su carácter pendenciero, que le garantizaba a su público una deseada imprevisibilidad.

No ganó el concurso pero amasó una respetable fortuna con sus secuelas, metamorfoseadas en perfumes, libros y salones de belleza. Y eso a pesar que que escándalo y Jade siempre fueron sinónimos. Por ejemplo, cuando fue la primera concursante de 'Gran Hermano' en trajinar delante de las cámaras o cuando en 2006 anunció que correría el maratón de Londres y se desplomó en el kilómetro 34. Cada escalón redundaba en su desprestigio personal pero engordaba su cuenta corriente, en una dinámica adictiva que parecía decidida a seguir hasta el final.

La maquinaria se secó súbitamente con su intervención en la edición de 'Gran Hermano' para famosos, donde intervino en la primavera de 2007. Goody la emprendió a voces con la actriz india Shilpa Shetty y profirió insultos racistas que cavaron su tumba en las páginas de los tabloides. Se retiraron sus memorias de las librerías y se pusieron en cuarentena sus contratos de imagen y de representación. Gordon Brown, entonces ministro de Economía, tuvo que presentar disculpas oficiales al Gobierno indio y Jade Goody parecía condenada a desaparecer.

Redención a través de la enfermedad

La redimió paradójicamente el diagnóstico de un cáncer de cuello de útero, que se le comunicó mientras participaba en su tercer 'Gran Hermano' en la India, adonde había acudido tratando de explotar su impopularidad. La enfermedad devolvió súbitamente la fama a Jade y la convirtió en la heroína perfecta de los tabloides, que sacaron brillo a su imagen de madre coraje. Con dos hijos pequeños –Bobby Jack y Freddie-, luchando a brazo partido con la quimioterapia y, lo más importante, dispuesta a exhibir su coraje y a cobrar por ello.

Lejos de esconder el avance inapelable de la enfermedad, Jade empezó a rodar un programa titulado 'El progreso de Jade', dedicado a desmenuzar los detalles morbosos de su tratamiento. En febrero los médicos le dijeron que estaba a punto de morir y Jade creyó que lo mejor era explotar su tirón mediático para dejar una herencia multimillonaria a sus hijos. Al principio dejó entrever que dejaría que se filmaran sus últimos instantes de vida. Luego su agente aclaró que se refería a su boda con su novio tarambana, Jack Tweed, y al bautizo de sus hijos. "No es para comprar coches de lujo o una casa grande", se defendía ella, "es para garantizar el futuro de mis hijos cuando yo no esté aquí. No quiero que mis hijos tengan la misma infancia miserable, pobre y marcada por las drogas que tuve yo".

Así, Jade se casó en una ceremonia en un lujoso hotel rural del condado de Essex. El traje de novia se lo regaló el dueño de Harrod's, Mohamed al Fayed, y los gastos de la ceremonia corrieron a cuenta de la revista 'OK', que pagó alrededor de un millón y medio de euros por las exclusivas de la boda y del bautizo.

A Jade le espera ahora un funeral rebozado de excesos y un lugar permanente en la efímera hornacina mediática de la inmortalidad. Los periódicos irán dando cuenta del desconsuelo de su madre, de los problemas de sus hijos y de los instintos a los que más temprano que tarde su esposo Jack se abandonará. Como Diana, Jade fue una vela mecida por el viento. Como la de Diana, su epopeya –tan reveladora sobre este nuestro mundo- de alguna manera permanecerá.

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