La comunidad europea se le ha presentado al resto del mundo como un propósito de grandeza; rescatar su misión civilizadora e impulsar una nueva concepción de la democracia; ampliar el concepto del Estado social y de bienestar, y crear una sociedad en la que reine el consenso, y las decisiones comunitarias reemplacen el uso de la fuerza y el unilateralismo. Una Europa unificada, inspirada por la voluntad de actuar en beneficio de la paz, el progreso, el desarrollo sostenible y la responsabilidad social.
Una Europa vigorosa coherente y coordinada que le haga frente a la unipolaridad y extienda los beneficios de la igualdad y la libertad a todos los ámbitos de la actividad humana.
Una Europa, en suma, fuerte y poderosa, justa, laica y homogénea en su diversidad. Como la pronosticó Valery Giscard d'Estain siguiendo el espíritu y el pensamiento de los fundadores del proyecto comunitario.
Pero en cambio, al poner sus destinos en manos de dos ilustres desconocidos, el uno belga y la otra inglesa, sin experiencia, sin relieve y sin estatura política ni condición de estadistas, Europa acaba de mostrarle al mundo que no tiene la voluntad requerida para ocupar el lugar que le pronosticaron los padres fundadores.
Prefiere ser, en cambio, la señora gorda, rica y apoltronada, chismosa y criticona que se queja de la ignorancia y ordinariez de quienes la sirven, que aburre a los demás contando sus aventuras juveniles y amenazando con lo que podría hacer si quisiera, y doliéndose de que poco a poco ha dejado de resultar interesante, ya no brilla n las fiestas y a nadie le interesa ni lo que piensa, ni lo que dice.
No hay comentarios:
Publicar un comentario