La comida típica y la música típica solo le gustan con seguridad a la gente del lugar. Una de las formas más ingenuas de provincianismo es creer que porque nos encanta nuestra manera de preparar la comida local, ella le tiene que agradar con seguridad a cualquier forastero. Algo similar ocurre con la música folclórica; no imaginamos que la gente de otra parte pueda quedar indiferente con los arpegios que se nos antojan irresistibles de nuestros ritmos y canciones regionales. Puede ocurrir, desde luego, que algún recien llegado quede cautivado, pero ello no es siempre seguro. Y a nosotros nos pasa lo mismo, puestos en la situación de críticos de las costumbres alimenticias y musicales ajenas. Para poner un caso límite, yo no he podido entender nunca qué gusto le pueden sacar los escoceces a ese instrumento ruidoso y para mí, sin gracia, que es la gaita. Me parece monótonas ciertas chirimías que son, sin duda, expresión del auténtico folclor de ciertas zonas del país. Y para no hablar de comidas extravagantes o totalmente extrañas como las que seducen a chinos o coreanos, francamente no encuentro ningún atractivo en comerme un cabrito hervido hasta que se le desprenden las carnes. Ciertas sopas que maravillan a los compatriotas de otras regiones me resultan francamente intomables. Algunos pucheros del mejor estilo provincial me indigestan incluso estéticamente.
Pero ciertos anfitriones candorosos no parecen entender que obligar a sus huéspedes a degustar los viandas regionales es una imprudente forma de mala educación. Porque si el visitante se niega, provocarán un desaire que hará lo hará aparecer innecesariamente como grosero y además habrán sometido a esa persona a una presión muy desagradable, que es realmente una forma de violencia totalmente injustificada.
Y algo parecido, aunque quizás menos gtrave ocurre con la música. Obligar a alguien a escuchar indefinidamente melopeas que no tiene porqué apreciar, es también una modalidad de costreñimiento nada elegante y sí muy impropia.
Hay que entender que las diferencias y las distancias geográficas imponen particularidades culturales que constituyen poderosas barreras para la compresión absoluta de los gustos de cada grupo humano. Tenerlo claro es necesario complemento a una buena educación, tolerante y cosmopolita.
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