Viajar en avión requiere hoy en día una paz espiritual que la humanidad nunca requirió para sus excursiones. Andar por los aires es una posibilidad que a todos nos pone tensos por más que se haya vuelto una realidad habitual. Pero si a eso le agregamos lo que es la experiencia misma de montar en el aparato, la cuestión se torna más dramática. En primer lugar, porqué las aeromozas o sobrecargos o cabineras (os) son tan parlanchines ? si se juzga por la cantidad de cosas que dicen desde que tienen la primera ocasión, habría que concluir que son ellos o ellas quienes demuestran más nerviosismo: que si el asiento, que si el espaldar, que lea las instrucciones, que si se despresuriza, que si cae la mascarilla, que si tantos y cuantos baños pero que no todos son para usted porque-uno-es para-los-de-clase-ejecutiva, que no fume, que . . .
Y luego, el avión mismo. En clase turista es evidente que al pasillo le sobran sillas porque usted casi no cabe en la suya, y queda casi pegado al espaldar de adelante. Pero como hay pasajeros que tratan de dar a entender que son gente viajada y familiarizada con el equipo de abordo, pronto el tipo(a) de adelante pretenderá estirarse y reposar displicentemente echándo para atras el espaldar de su silla; ! en un espacio inverosímilmente reducido! Así que lo que usted consideraba una situación cercana a la posibilidad de asfixiarse, se verá como una realidad inminente.
En clae turista no dan comida, si se excluye una bolsita con algún producto regional del país, que siempre produce sed. En un vuelo internacional, es posible -de acuerdo con la empresa aérea- que le den un plato con treas o cuatro cosas, una de las cuales será un pan y la otra, posiblemente, una cajita con verduras. La tercera tendrá una altísima probabilidad de ser pollo o pasta (seguramente penne) y la cuarta, una uva. El platico le representará un grave desafío: hacer que quepa en la bandeja que usted tendrá que desplegar entre el espaldar del puesto del vecino de adelante y su barriga, la cual no podrá en ningún caso ser más que un pequeño promontorio digno de un atleta ligeramente descuidado las últimas dos semanas. Si lo logra, podrá empezar la árdua tarea de comer sin que lo servido se le caiga al piso. Y cuando más o menos ha podido empezar, una voz por el audio le anunciará que la tripulación pasará a recoger los recipientes vacíos y demás.
Y todas estas situaciones, hasta aquí, parten de la premisa de que se trata de un vuelo normal. Porque si no, . . . ya hablaremos en otra ocasión.
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