Una pregunta que le hacen a todos los escritores y a sus editores es la que se refiere a la presunta desaparición del libro dentro de poco tiempo. Los interrogados responden invariablemente que el libro nunca desaparecerá. Algunos hablan de la sensación de acariciar el lomo de ellos; otros comentan que la electrónica jamás podrá reemplazar las ventajas del escrito editado en el papel, y otros aducen razones más o ménos complejas de carácter filosófico o técnico para desechar cualquier posibilidad de que el libro como hoy lo conocemos pase a ser una curiosidad de museo.
Yo no estoy tan seguro. Se olvida que Gutemberg significó en su tiempo una revolución que acabó con los libros manuscritos y permitió que los libros impresos llegaran a muchas más personas contribuyendo de ese modo a la diseminación de la cultura. Pero el trabajo de los monjes, a su vez, había reemplazado la elaboración de manuscritos. Y hay que recordar que alguna vez existió la escritura cuneiforme en tablas de arcilla.
Los que creen, quizas con demasiado optimismo que el libro no es sustituible, no están mirando con suficiente atención lo que está pasando con los niños y los jóvenes: cada vez más integrados al universo de la imágen y a los procesos de comunicación electrónica, ya están familiarizados con una forma de comunicación esencialmente distinta a la que se trasmite a través del papel. Es posible que los libros sobrevivan todavía bastante tiempo; pero no podemos pensar que tienen garantizada la vida eterna.
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