jueves, 12 de febrero de 2009

LINCOLN I

La Guerra Civil de los Estados Unidos y el hombre enimático que la precipitó, suscitan un incansable interés. Miles de volúmenes sobre ambos temas han salido de las editoriales en un siglo y medio, sobre todos los campos imaginables, desde el arcano de las operaciones militares hasta los más peregrinos esfuerzos para explorar la psique de Lincoln. Y el flujo no parece disminuir. Ahora que se celebra el bicentenario de su nacimiento, todos esos temas se han vuelto a ponerse de moda.  

Para un país supuestamente indiferente a su pasado como se dice que es Estados Unidos, ésta sería una una gran excepción a la norma. Pero las razones de ese interés no parecen obvias, porque en verdad son pocos los hechos nuevos que no se conocen. Hay todavía una gran cantidad de entusiastas del asesinato de Lincoln a quienes les parece irresistible especular sobre lo que ocurrió o no ocurrió en esos trágicos días de 1.865. Pero ello no explica el apasionado interés en el hombre.   

No; en realidad hay algo más profundo. Incluso los críticos y aficionados a los hechos de la Guerra Civil, que se ufanan de su enciclopédico conocimiento de la parafernalia de la guerra, saben que el objeto de su pasión es algo fundamentalmente misterioso, precioso, incluso sagrado. Y hay un sentimiento de instintiva reverencia que se extiende al sacrificado presidente. Porque cuando se trata de la Guerra Civil americana y al líder que la ganó, hay en ese país la sensación de acercarse al núcleo mismo de la identidad nacional. 

El retrato de Lincoln es particularmente complejo. En parte porque las percepciones de él son tan exaltadas y desproporcionadas con el mármol gigantesco del Lincoln Memorial, ese templo de la fé civil americana. Esas imágenes del presidente como un semidios no se compaginan fácilmente con el que sus compatriotas creen conocer -melacólico, compulsivamente chistoso amigable, infelizmente casado, vulgar, ferozmente ambicioso, superlativamene elocuente, un hombre común poco común. De hecho, como el historiador Merrill Peterson lo muestra, hay varios Lincoln a través de los años, algunos de ellos arquetípicos - el Salvador de la Unión, el Gran Emancipador, el Hombre del Pueblo, el Hombre auto-realizado,- pero también otros mucho más atados a sus circunstancias.   

En 1.928, Stephen Vincent Benét (hablando de la popular u sentimental biografía escrita por Carl Sandburg) lo describió, no como el exitoso abogado que fué,

but as a “lank man, knotty and tough as a hickory rail,”
Whose hands were always too big for white-kid gloves,
Whose wit was a coonskin sack of dry, tall tales,
Whose weathered face was homely as a plowed field.

En los 5o el muchacho campesino se convirtió en el sabio y prudente líder que guió la nave de la Nación por entre los salvajes excesos de los ideólogos: abolicionistas en la izquierda y esclavistas en la derecha. En los 60 Lincoln fué primero descrito como un pionero de los derechos civiles pero luego criticado e incluso estigmatizado como racista y gestor de medidas tibias, precursor del liberalismo pragmático tan duramente denunciado por la New Left. Hoy Lincoln es reverenciado por su combinación de fe y modestia epistemológica, un creyente excéptico que buscó realizar la voluntad de Dios sin pretender conocerla - un retrato que requiere que no solo se juzgue la feroz y despiadada forma como condujo la guerra y definió su presidencia.   

No hay comentarios: