jueves, 12 de febrero de 2009

OGM: la verdad

Si existe una muestra clara de la credulidad de la gente hoy  en día en ciertas campañas de ONG de dudoas intenciones, es el que se refiere a los cultivos agrícolas genéticamente modificados. Hace años que los científicos más importantes de Europa afirman que esos organismos son "beneficiosos para la salud". En vano, porque la democracia de opinión, la vox populi, sostiene lo contrario. Olvidando, por ejemplo, que los injertos, una práctica milenaria, no son nada diferente a una manipulación genética.

Las conclusiones de un informe de la Agencia francesa de seguridad sanitaria de los alimentos (Afssa) confirman que esa institución decía en 2.004 lo que la Academia de Ciencias repite en todos sus foros: nada se opone a los OGM. 

El problema es que el debate sobre los OGM no es científico sino político. El progreso científico siempre ha causado desconfianza, y algunos casos lamentables han empeorado las cosas (sangre contaminada, enfermedad de  Creutzfeldt-Jakob, hepatitis  B…). El terreno ha sido astutamente cultivado por los devotos del naturismo, y los sostenedores del altermundialismo para que las corrientes anti-OGM se desarrollen sólidamente en las encuestas de opinión. La mentira y la hipocresía pagan: los interrogados ignoran que el ganado europeo es alimentado con soya OGM importada.   

La fiebre ecologista ha ganado de tal manera las conciencias que los responsables políticos no se atreven a desafiar al movimiento. Como si tal fuera el sentido de la historia. Ni siquiera ante la evidencia de que los organismos genéticamente modificados pueden contribuir decisivamente a frenar el hambre en el mundo. Pero pueden más las consignas políticas amparadas en la incultura generalizada de las clases medias del mundo. Y lo más grave es que esas campañas p[enetran en nuestro medio amparadas en el prestigio de lo que nos llega de Europa, prestigio que muchísimas veces es completamente infundado.

Mientras el mundo anglosajón, se aleja cada vez más en el uso de la vanguardia tecnológica.

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