martes, 7 de julio de 2009

La corrida

* Una de las campañas más inútiles que existen en este país es la de los enemigos de la Fiesta Brava. Recientemente volvieron a dejar oir sus protestas porque la Procuraduría sostuvo ante la Corte Constitucional, que ella forma parte del acerbo cultural de la nación. Lo cual es cierto; en muchas regiones del país no solo se lidian toros ante el entusiasmo o la indiferencia de la gente, sino que sobreviven espectáculos como las corralejas, que son en realidad versiones criollas de las corridas primitivas;esas que Goya retrató en sus pinturas del siglo XVIII.

Los enemigos de la "fiesta" no deberían preocuparse tanto, ya que el escándalo de la decadencia persigue desde hace tiempo al toro bravo. En la patria del espectáculo, y en su santuario sagrado, y aún en su máxima liturgia, la de San Isidro, los taurófilos fueron testigos del triste espectáculo de un animal antaño poderoso y feroz que hoy no es más que una criatura impotente, enferma, agotada y a veces dulce como la miel, a la que se le ha quitado hasta la última gota de ardor, de raza y de bravura. Tal es el protagonista de la corrida moderna, al que han logrado imponer los toreros vedettes y que figura hoy como el principal enemigo de la corrida.

En la actualidad la mayoría de los aficionados (que en realidad no han sido muchos por aquí) han desertado de las plazas, ocupadas ahora por un nuevo público ignorante y festivo para quien lo más importante del espectáculo es él mismo. Sin embargo, por más inverosímil que ello pueda parecer, ninguno de los actores del mundo de la tauromaquia parece dispuesto a buscar soluciones. dónde estea la explicación ? Ante todo en la evolución de la corrida; luego, en la selección.

Los toros del siglo XIX y de comienzos del XX eran animales imponentes, violentos, rudos y brutales, y los toreros los lidiaban. En otros términos, los enfrentaban, batallaban y esquivaban sus cornadas hasta la estocada final. Luego apareció Juan Belmonte (1.892-1.962) y, con él el combate se convirtió en un arte, imponiéndole un cambio radical al comportamiento del toro.

Y fué así como llegó la selección genetica, que es el dominio de los criadores, verdaderos científicos autodidactas que, sin ser veterinarios ni genetistas lograron hacer del toro de hoy una anomalía en el seno de su propia especie. Su quiere un toro que baje la cabeza ante la capa, que se someta a la pica, que persiga a los banderilleros y además muestre resistencia y nobleza durante el largo tercio de muleta. Pero se quiere también que tenga presencia, estampa, que sea bello, armonioso, noble, dulce y bueno. En suma, se busca un bicho inexistente, un híbrido, medio artista, medio fiera, para una nueva concepción de la corrida. Esa es la teoría, porque en los hechos, la selección ha degenerado creando un animal sin fuerzas, desnaturalizado y a veces noble y dulce hasta el aburrimiento, que en lugar de respeto solo inspira piedad. Y a ello se agrega la casi desaparición del aficionado conocedor y exigente y el dominio de los toreros estrellas, y tenemos una especie rara, en mutación genética constante, un animal nuevo destinado a un espectáculo convertido en encuentro mundano, en el que la ignorancia del público autorizan el engaño y la manipulación.

Ayer se lidiaba, hoy se torea. Ayer los aficionados encarnaban la autoridad y la ley, hoy o hacen los organizadores de la corrida. Y estos últimos imponen su criterio, en primer lugar a los criadores, que ya no son autónomos en lo suyo. El toro de hoy es como lo quieren los toreros vedettes, conscientes de que ese animal moribundo disminuye los riesgos y les ofrece triunfos fáciles ante públicos generalmente más interesados en el alcohol, la moda y las celebridades criollas, que en la pureza del espectáculo.

Otra cosa: -porqué los criadores no defienden a sus toros ? porque ni siquiera se entienden entre ellos, ni aquí ni en España, y porque algunos ponen más ardor en defender su estátus social que la nobleza de sus bestias. Sin contar con que algunos de ellos no son aficionados y les dá lo mismo ganar menos plata o someterse a las exigencias de los demás mientras puedan hacer figurar su nombre en los periódicos y los afiches, satisfaciendo así su vanidad.

A los poderes públicos, cuyos representantes, por lo general no saben nada de la fiesta, tampoco les importan los toros. No defienden a la fiesta, pero la toleran por razones económicas. Los políticos sufren de un serio complejo frente a los enemigos de la fiesta brava, entre ellos esos grupúsculos que halagan su vanidad sintiéndose como los nórdicos, que defienden a los animales pero no se comprometen en la defensa de los africanos que mueren por millones de Sida, porque esa lucha es pedestre, compromete, y exige renunciar en parte a la opulencia. A los antiturófilos de aquí les parece más sofisticado defender a los toros que a los desplazados, porque se sienten modernos y además aseados. No en vano es una cruzada de señoras ricas.

Por todo eso no voy a las corridas. Y por todo eso estoy absolutamente seguro que ese payasesco espectáculo de hoy, no va a durar mucho.

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