Un comentarista de El Tiempo, que el domingo, en televisión, no sabía como acomodarse en el asiento por la decepción que le producían los resultados de las urnas, afirma hoy que la clase política y el establecimiento fueron quienes actuaron para propiciar el resultado de Santos.
Es la tradicional opinión según la cual éste es un país de analfabetos y estúpidos, porque no piensan como los oráculos de la prensa capitalina, cuya inteligencia y lucidez no llega al ignaro magín de la plebe.
Según ellos, no se explica de otra manera que las advertencias y también los anatemas que cotidianamente emiten, no sean tenidos en cuenta a la hora de votar, por esas gentes de invencible torpeza que habitan en otros rincones del país.
En su soberbia, los comentaristas son los que no parecen entender que a la gente que trabaja en este país no la convencen ni esas alharacas histéricas y esa gritería diaria de los medios, ni la venenosa prédica de los diarios nacionales. Entre otras cosas, porque así buena parte de lo que denuncian sea cierto, lo que aparece es si carácter repetitivo y machacón. Y porque lo que traduce, no es el genuino interés por la verdad y la justicia, sino el resentimiento personal y el odio. Y eso fatiga, porque al igual que la belleza, a veces también el discurso repetitivo, así sea el de la verdad, a la larga cansa.
Hace unos meses se planteó el tema de que a esos comentaristas el pueblo colombiano no les presta atención. Ellos se resisten a creerlo. Podemos, por tanto, prepararnos para una avalancha de explicaciones de acuerdo con las que el resultado electoral se debió a la ignorancia de la gente, la manipulación del gobierno, y la compra de votos, entre otras; la autocrítica, por otra parte, no aparecerá.
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