Bien está dicho que la alta preparación técnica no garantiza que una persona pueda tener éxito y tomar decisiones plausibles, especialmente en países como éste. Óptimamente capacitados en las complejidades de la administración de empresas o en los misterios de la tecnología de última generación, y familiarizados con la investigación de los más importantes centros de conocimiento del mundo, pueden tomar o asesorar en la toma de decisiones que más tarde se revelan no solo inadecuadas sino totalmente desacertadas, al extremo de que parece increible que alguna vez hayan sido consideradas viables.
Dos ejemplos de los tantos que se podrían encontrar en nuestra historia más o menos reciente, ilustran las anteriores afirmaciones.
En los años 70 el transporte de carga por camión alcanzó en los Estados Unidos niveles extraordinarios y superó ampliamente el transporte por ferrocarril. No se presagiaba, desde luego, la crisis del petróleo de esos años, pero era factible suponer que ese fenómeno dependía fundamentalmente de la economía norteamericana que permitía la adquisición de grandes mulas mecanizadas y del territorio mismo de la nación. Tanto es así, que esa situación no se repitió con iguales características en Europa, un continente que nunca abandonó el transporte ferroviario, y antes por el contrario, procuró incentivarlo y modernizarlo.
Pensar que una situación como la de los Estados Unidos podía transplantarse a Colombia parece hoy una completa locura. Pero otra cosa pensaban nuestros técnicos, y eso fué exactamente lo que se hizo. Considerando que el ferrocarril era ya un medio en vías de desaparición, los gobiernos, asesorados por los expertos de la hora, lo abandonaron por completo. Ni siquiera la crisis del petróleo los llevó a suponer que no era ya posible contar para el futuro con combustibles baratos, y que nuestro país tenía que pensar en modernizar su sistema ferroviario para hacerlo adecuado a las persectivas del futuro.
Ahora, la prensa informa que el país se lanzará por fin al rescate de los trenes. Que quizás resultará muy costoso, pero inevitable.
El otro ejemplo tiene que ver con un ámbito muy distinto: el de la educación. Hace unos años a un Ministro del ramo se le ocurrió proponer una medida que desde el principio sonó completamente estúpida. Eliminar los exámenes en las escuelas y promover la promoción automática para evitar la desersión escolar. Digamos que a pesar de lo insensato de la propuesta, ella podría tener algún éxito en paises donde el nivel de la enseñanza es alto y la educación impartida, de gran calidad. Pero eso no ocurre en el país, porque ni el sistema, recargado, y los maestros, mediocres y politizados, no sirven mucho. No importa que en las estadísticas se haga aparecer la educación pública, incluso como mejor que la privada; quienes hacen los análisis pertenecen al mismo mundo de mediocridad y compromiso político. En fin; el mecanismo fué un resonante fracaso y ahora se quiere regresar a los exámenes, lo cual está bien, pero los efectos nocivos de la estúpida propuesta ministerial no se borrarán ya.
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