Hoy cumple dos años al frente del gobierno de su país. Pero vive una paradoja que es quizás una de las mejores expresiones de lo que ocurre cuando la izquierda llega al poder en estos países. El Alan García de la actualidad es, en muchos aspectos, diametralmente opuesto al que gobernó Perú entre 1985 y 1990. Mientras el primero enarboló la bandera del antiimperialismo, renegó del pago de la deuda externa y dilapidó los recursos en una vorágine de populismo; el segundo tiene entre sus grandes logros la ratificación del tratado de libre comercio con Estados Unidos, se empeña en mantener la imagen de Perú como país seguro para la inversión extranjera y mantiene una férrea disciplina fiscal que es criticada incluso por sus propios ministros, que continuamente exigen más recursos para sus sectores.
No faltan quienes señalan que ha dejado atrás sus raíces ideológicas, ligadas a la izquierda: Se ha constituido en un representante de la derecha, ha traicionado las bases de su partido, el APRA; su política es una profundización de la política neoliberal de sus antecesores, Fujimori y Toledo", critican los dirigentes de la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP), la central sindical más importante del país, que el pasado 9 de julio convocó a un paro nacional con el que, según la misma encuesta de Ipsos Apoyo, estuvo de acuerdo el 53% de la población económicamente activa, aunque no logró su objetivo de paralizar el país.
Pero al mismo tiempo las firmas calificadoras de riesgos le ponen altas notas al país como destino de la inversión extranjera en una economía que crece al 8%, factor que ya se quisieran otras naciones. Pero el descontento, sin duda justificado, refleja que ese crecimiento extraordinario se va a los sectores poderosos y no aprovecha en nada a la población más débil; todo lo cual demuestra que el solo desarrollo estadístico no significa progreso alguno.
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