Si uno tuviera la costumbre de mirar para arriba descubriría en la ventana derrochona de un tercer piso de la calle Flora a un hombre. A una hora fija de la tarde, digamos las seis, la imagen ve un cachito de cielo encapotado y fantasea que sobre todo Madrid es igual, aunque por fuerza la perspectiva no le permitiría sentirse tan seguro. Percibe que ese "friecito" que tanto le gusta se cuela ya y, nadador contra corriente, hasta se permite pensar en el desconsuelo de los que aman el sol y se entristecen con estas primicias temperamentales del otoño español. Si uno volviera a mirar para arriba, clavado en ese mismo sitio anterior, minutos después, intuiría al mismo hombre, pero se equivocaría. El ya soporta una transpiración propia del Congo, se empolva de la tierra que levantan vientos y pobreza de ese territorio de verídica ubicación africana y tramposa propiedad belga. Simplemente porque el viaje al que lo arrastra su imaginación no es sólo en el espacio, sino también para atrás en el tiempo. El hombre en la ventana, Mario Vargas Llosa, está a punto de salir, realmente, para el continente negro, colonialmente dicho. Va siguiendo a Sir Roger David Casement, cónsul de Gran Bretaña en el Congo. No parecería raro que lo busque allí donde el diplomático estuvo anclado veinte años. Sopesa una pequeña dificultad: a esta altura Roger ya es un cadáver viejo. Otra: va en busca de un Congo de principios del siglo pasado. Encontrará a ambos, sin embargo, en las páginas de su nueva novela con menos esfuerzo del que uso para observar las nubes bajas sobre Madrid. Ahora no mire más para arriba. Vargas Llosa se escapó ya de sus ojos curiosos. Fue a atender el teléfono. Del otro lado, un molesto periodista de Viva lo saca de su trabajo: soñar primero, escribir los sueños después. Como para no perder el hilo. Da envidia eso de escribir novelas, aunque no se sepa bien por qué cargar con el drama de otros pueda ser tentador. Después de más de treinta obras publicadas entre novelas, cuentos, ensayos, piezas de teatro, Vargas Llosa hace una luz. "Los humanos tienen esa curiosa condición de poseer una sola vida, pero al mismo tiempo estar dotados de esa imaginación y esos deseos que los hacen anhelar mil vidas". Levanta la voz como si a mayor autoridad, mejor posibilidad de hacer realidad lo imposible. Otra vez. "Mil vidas, una experiencia más rica e intensa de lo que viven en realidad. Y sienten ese gran vacío entre la realidad y el sueño, el deseo. Ese vacío lo llenan las ficciones y la novela es la forma suprema de ellas." Por lo menos el escritor peruano es "complejo, obcecado, exigente, a veces muy hermético, posesivo, cariñoso, amable, educado". Eso lo dijo su mujer y prima, Patricia Llosa, con quien está casado desde 1965. 'Será todo? "Eso y muchas cosas más", cuenta él. "Como dice Borges, 'uno no sabe cómo es su cara cuando se mira al espejo.' "Eso lo saben mejor los demás." Y se ríe, dando a entender que otros no opinan de él tan cuidadamente como Patricia. Tal vez porque esa "obsesión" por la literatura tenga un hermano aún más viejo en el periodismo; lo hace casi desde niño. Para él es una manera de estar en contacto con el mundo vivo. "Con la realidad que se está haciendo y deshaciendo a mi alrededor. No me gusta la idea del escritor que se aísla enteramente. Necesito tener un pie en la calle."
CAIGA QUIEN CAIGA
Veamos últimamente dónde puso ese pie. Y un buen pie para entrar en tema sería preguntarle: 'Le gustan los políticos? "Bueno, algunos. No son muchos los que se puedan respetar hoy día. La política se ha vuelto una astracanada (farsa teatral disparatada y chabacana). Pero estoy en contra del desdén, de la actitud cínica de dar la espalda a la política. Eso es jugar al avestruz. No digo hacer política profesional. Yo la hice una vez en la vida y no volvería a hacerla más (en 1990 perdió la presidencia del Perú a manos de Alberto Fujimori), pero sí inducir a los mejores para que no quede en manos de mediocres y pillos." Ahí van unas muestras que indican que a algunos líderes no les debe caer simpático el escritor cuando se vuelve periodista. De Evo Morales desmintió que sea indígena: "Un criollo latinoamericano típico, un mestizo hispanoparlante que está acabando con Bolivia...". De Chávez, peor todavía, porque "está llevando a Venezuela a una tradición autoritaria y caudillista". La siguiente, cantada:
Y de los Kirchner, 'qué opina?
Los Kirchner me parecen un gran empobrecimiento de lo que es la democracia enferma en la Argentina. Para mí, el caso de Argentina es muy triste porque debería ser un país del primer mundo y estar entre los primeros de ellos, por sus riquezas naturales, por su homogeneidad cultural y altísimos niveles de educación que alcanzó en un momento. Y también porque el deterioro no se debió a factores inevitables. Fue fundamentalmente un deterioro político, que empobreció y enconó a una sociedad sin ninguna razón objetiva para haber llegado a esa situación. Creo que los Kirchner representan esa decadencia. Para recibir la devolución de una novela, Vargas Llosa debe esperar la crítica bastante más que las réplicas que generan sus polémicas columnas, habitualmente publicadas en El País , de España. Allí también se indigna por "la civilización del espectáculo" de este mundo, que confunde "la ópera con los esperpentos de modistos como John Galliano". De la calle, del mundo exterior al interior: "Escribir una novela es un trabajo solitario, de confinamiento en la propia intimidad. En mi caso se produce un desdoblamiento. Estoy constantemente haciendo un esfuerzo para leer algo mío como si fuera ajeno. Busco tener un sentido de crítica sobre la obra, como si fuera un lector abstracto. Pero nunca tengo presente a un lector concreto." Qué lástima, justo cuando pensaba preguntarle si él, como Kafka, pensaba si sería posible conquistar a una muchacha con la literatura. "Creo que es una técnica inadecuada. Una novela se dirige a un lector posible, pero todo eso está lleno de incertidumbre, de interrogantes sobre qué pasará cuando esto que escribo se convierta en libro y en objeto también de sueño, creación, fantasía para quien lee." A los 72, Vargas Llosa no se extraña de no ser más joven. Sigue, dice, el destino natural de todo lo que existe: envejecer, morir, pero no cree que sea lo importante. "Cada estación tiene sus oportunidades. Lo peor es vivir prendado por lo que fue. Desde la Biblia ya sabemos que los nostálgicos se vuelven estatuas." Y hace puntería con la más literaria "hay que actuar como si uno fuera inmortal".
Y en este mundo, 'ya encontró su lugar? Porque se mudó de aquí para allá...
He vivido de manera intensa, pero soy conciente de aquello que no pude hacer, y todavía estoy tratanto de hacer en el tiempo que me queda. Casi, casi, una respuesta enigmática. No importa. Datos biográficos de un personaje: él mismo. Nació en Arequipa el 28 de marzo de 1936. Hasta los diez años creyó que su padre había muerto. Por mandato paterno, a los 14 entró en un colegio militar. A los 18 se casó con su tía política, Julia Urquidi Illanes, contra el parecer familiar. Esa relación que terminará ocho años después en divorcio y sin hijos será novela material para La tía Julia y el escribidor . Se recibe en Letras y Derecho en la Universidad Nacional de San Marcos. Protagoniza, junto a otros pares –no sólo geográficamente cercanos, como Gabriel García Márquez y Julio Cortazar– aquello del boom de la literatura latinoamericana. Vive aquí y allá, Piura (ciudad al norte de Lima), París, Londres, Barcelona, Madrid. Pasa por el Partido Comunista peruano, simpatiza con la revolución cubana, se distancia de ambos. Se va haciendo liberal. Tiene tres hijos con Patricia, dos varones y una mujer. Se cansa de recibir premios: el Rómulo Gallegos, el Príncipe de Asturias, el Planeta, el Cervantes. Posee doble nacionalidad, peruana y española. Y es académico de la Lengua en esos dos países. También escribe y escribe. Hay, claro, otras cosas. Por ejemplo:
'Cómo se lleva con Dios?
Me pasa una cosa curiosa. Ya desde el colegio advertí que a diferencia de lo que le ocurría a mis amigos y compañeros, el problema del más allá para mí no era problema. En un momento he dejado de ser creyente y eso sucedió sin trauma alguno. Y el resto de mi vida he sido lo que soy ahora, agnóstico. Y un agnóstico no es un creyente. Es alguien que declara su perplejidad sobre el tema de la trascendencia. No tengo motivos de angustia como tanta gente, incluso cercana, que lo vive con un desgarramiento permanente. Y hablando de una especie de dios colegiado de las letras, siempre n un reportaje hay una pregunta que el entrevistado no contesta. Mejor, no querría que se le haga. En este caso es la que sigue:
Dentro de dos días (la entrevista se hizo el 7 de octubre, antes que se supiera que el francés Jean-Marie Le Clézio fuera el elegido) la Academia Sueca...
No, por favor. Este tema no.
Le iba a preguntar si tenía una especie de estigma borgiano. Permanente candidato, con méritos sobrados, jamás reconocido...
No hablemos de ese tema, que es muy pesado. Lamentablemente vamos a otro más pesado que el anterior. Y más importante, que tiene que ver con unas declaraciones que hizo en el 2000.
Sin ser impertinente, 'cómo es eso de hacer el amor como los hipopótamos?
(Se ríe). A pesar de su fealdad física, ese animal me resulta maravilloso. No hace mal a nadie, come hierbas y algún pajarito que se le mete en la garganta, porque el hipopótamo tiene una garganta muy estrecha. Y es un animal al que le gusta jugar. Los seres humanos inventaron ese dicho: "Hagamos el amor y no la guerra", pero se la pasan en guerras, mientras los hipopótamos hacen el amor. Una vocación que a mí me parece muy civilizada. Pero hay una obsesión mayor que persigue a Vargas Llosa: la falta de tiempo para trabajar, para desarrollar todos los proyectos que guarda en carpetas. La fama, claro, lo hacer perder tiempo, por ejemplo, con esta entrevista. Tal vez deseara haber escrito con un seudónimo, esconderse, como el portugués Fernando Pessoa, detrás de un heterónimo. "Cuando uno empieza a escribir sueña con tener alguna forma de reconocimiento, aunque hay algunos raros casos de escritores que escribieron para no ser leídos. Luego, si uno tiene la suerte de tenerla, descubre que complica la existencia y deja menos satisfacciones que las esperadas. Pero sería absurdo y mentiroso quejarse de tener éxito." Filosóficamente se ha resignado y acomodado. Al contrario de otros, Vargas Llosa escribe para ser leído. Y traducido, podría agregarse si se conoce que buena parte de su obra ya se lee en cuarenta idiomas, algunos tan exóticos para nosotros como el cingalés o el malayo. Tampoco sufre el síndrome de la hoja (o pantalla) en blanco que aqueja a otros. "He leído de esa angustia paralizante, pero no la viví. Me cuesta trabajo escribir, corrijo mucho, rehago también mucho, pero nunca he sentido ese vacío". 'Es un fanático entonces que se fija un piso de caracteres, palabras, líneas por jornada de labor? "Trabajo todos los días de manera disciplinada, pero sin cuotas ni plazos. Tampoco admito que me fijen fecha las editoriales. Los libros toman el tiempo que deben. Los dejo de escribir cuando ya no puedo añadirles más y siento que si insisto, los estropeo."
'Relee sus obras?
No. No es algo que me guste volver sobre mis textos, porque el libro publicado es incorregible. Hay escritores que lo hacen. Para mí ese trabajo de recreación contínua me hace acordar a un personaje angustioso de una novela de Albert Camus, La peste . Un médico que trata de escribir una novela y a lo largo de todo el libro nunca pasa de la primera frase, porque se da cuenta de que la puede rehacer de infinitas formas y no se decide por ninguna. Corrijo, pero no soy un fanático porque puede ser castrador. El bigote finito que usaba en los sesenta no existe más. El cabello negro tampoco. Pero las canas no son sólo una cuestión de tiempo. También de buscar un ideal, imposible por propia definición, como una novela total. "Es complejo juzgar la obra propia. Las que me dieron más trabajo podrían acercarse a esa utopía de totalidad. A fines de los sesenta escribí Conversación en la catedral , que quiere mostrar cómo una dictadura política, la del general Odría en Perú, contamina al mismo tiempo todas las actividades, hasta las aparentemente más alejadas de ella, como las relaciones familiares, el amor, la amistad, la vida profesional. Después, La guerra del fin del mundo , una novela que significó todo un desafío porque se ambientaba en el nordeste bahiano, en Brasil, un país que no era el mío, una lengua en que yo no escribía. Y, entre las más modernas, La fiesta del Chivo ". El fin de otra dictadura, la de Trujillo, en República Dominicana. Las tres forman parte de la colección de la obra de Vargas Llosa que publicarán Clarín y Ñ . A aquella definición de su esposa sobre Vargas Llosa podría agregársele que parece un acaparador, que junta como cualquiera retazos de felicidad "como suficientes defensas contra la infelicidad, parte inevitable de la condición humana". Ah, y que es "carnívoro, desde luego". Y que le gusta el chupe de camarones. "A ese plato de mi tierra yo lo presento con espíritu patriótico, que tal vez no tenga para otras cosas. Creo que una de las mejores cosas que tiene Perú es su comida. Aunque no tanto por las buenas razones, sino por las malas. Porque la imaginación culinaria tan destacada de los peruanos es producto de la tradición represiva del país, que hizo que esa creatividad se volcara hacia la cocina, actividad poco molesta al Estado. En cambio, en otros ámbitos, la imaginación era peligrosa porque podía llevarnos a los sótanos de la Inquisición." Si uno tuviera la costumbre de mirar para arriba descubriría en la ventana derrochona de un tercer piso de la calle Flora un vacío. Hace tiempo ya, Vargas Llosa colgó el teléfono y partió del otoño de Madrid. Estará ahora con ese irlandés convertido en Sir por su Graciosa Majestad y ahorcado también por ella, por independentista. Tal vez Roger, exhumado y confidente, lo haga partícipe de sus secretos, entre la apoteosis de sol, selva, transpiración y atrocidades de ese Congo tan irredento como el de principios de siglo pasado.
(tomado de Clarin)
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