* Los franceses son uno de los pueblos mejor tratados por el Estado en toda Europa. Los beneficios sociales de que disfrutan son extraordinarios para un país de más de 60 millones de habitantes, con una población bastante envejecida. El alto costo que significa un empleado, hace que una gran parte de sus graduados universitarios no puedan encontrar empleo. Pero así y todo, la población francesa no está dispuesta a hacer ningún sacrificio.
Cuando un gobierno anterior trató de implantar un tipo de contrato laboral más flexible y menos costoso para las empresas con el fin de favorecer a los jóvenes en su primer empleo, los posibles beneficiarios se lanzaron a la calle para protestar porque se los obligaba, según ellos, a privarse de las generosas prestaciones y prebendas de los empleados mayores. Total, nunca hubo contrato, y el desempleo siguió tan extendido, como antes.
Cualquier intento por hacer menos rígido el mercado laboral, se estrella contra un agresivo muro de protesta e indignación.
Y es que Francia quiere, al mismo tiempo, ser un país que se benefice del desarrollo capitalista, pero sin capitalismo, y un país socialista pero sin verdadero socialismo.
En la coyuntura actual, como ocurre en el resto del mundo capitalista, los gobiernos están implementado medidas que ayuden al sector financiero en el entendido, correcto y razonable, que si la banca, por ejemplo, se hunde, ello será catastrófico para toda la economía, es decir para todo el país. Pero con su tradicional manía de expresar consignas impresionistas, pero totalmente descabelladas, los francesas denuncian el que, según ellos, sea ayudar a los poderosos y no al pueblo. Como si el "pueblo" no tuviera ahorros y cuentas en los bancos, o sus patronos, y aún el mismo Estado, no dependieran en una gran medida de la solidez del sistema financiero.
Cuando Europa está afectada por lo que es una crisis global, los utópistas franceses, han salido, una vez más, como acostumbran, a la calle, para protestar, mientas su país se hunde cada vez más en la recesión.
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