miércoles, 30 de abril de 2008
Sobre parientes incómodos
Todo mundo acepta que nadie es responsable por los actos de sus parientes. Es más, algunos dicen que la ventaja que tienen los amigos sobre los parientes es que a los primeros los escoge uno, mientras que los segundos se nos imponen, y encima de ello hay que aceptarlos. Pero lo cierto es que es injusto criticar a una persona, y aún, hacerle pagar por los delitos o maldades de sus padres, hermanos, tíos o primos. Esa es la teoría, pero en la realidad, es muy frecuente propinar el golpe bajo de descalificar a alguien con el argumento de que tiene, por ejemplo, un hermano delincuente. Esa es una estrategia muy propia de nuestras latitudes, que por lo general se rechaza inmediatamente con indignación, pero que deja secuelas, y casi siempre termina por lograr sus objetivos: afectar a la parte inocente de la familia. En otros países, y especialmente entre los anglosajones, un pariente indeseable no afecta a las personas. Varios Presidentes norteamericanos han tenido hermanos francamente vividores que apenas sirven para generar uno que otro comentario despectivo o desdeñoso de la prensa, pero cuyo comportamiento nunca se contabiliza entre los activos del personaje público.
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