La libertad de expresión ha sido uno de los principios fundamentales de la Constitución norteamericana. En su nombre la Suprema Corte llegó hasta reconocer y apoyar el derecho a quemar la bandera de ese país. Y quizás el último límite lo fijó un célebre jurista, y magistrado, Oliver Wendell Holmes, al proclamar que "nadie tiene derecho gritar fuego dentro de un teatro." El problema es que esa pretendida amplitud del derecho a hablar y expresar las propias ideas tiene límites que la prensa se encarga de fijar, y la política exterior, o el puro comercio, de reclamar. Primero fué Hillary Clinton quien, al explicar porqué se negaba a retirarse de la campaña por la nominación demócrata, explicó que Robert Kennedy no lo había hecho antes de las primarias de California, que son en junio, donde precisamente fué asesinado. La prensa, de inmediato puso el grito en el cielo afirmando que la candidata, por una parte, había ofendido la memoria de Kennedy, y por la otra había sugerido que había que esperar a la posibilidad de que Obama fuera asesinado. Una deducción claramente absurda, pero muy del estilo del escándalo adorado por las grandes cadenas norteamericanas.
El segundo caso es indudablemente infortunado. Se refiere a la actriz Sharon Stone, quien, comentando el terremoto chino dijo que, como ese país había maltatado a "su amigo, el Dalai Lama", el desastre había sido una clara manifestación del "karma". El karma, en este contexto, es una alusión a la causalidad. La reacción del Gobierno Chino ha sido comprensiblemente feroz, al extremo de que la imprudente actriz vió como le cancelaban contratos de publicidad a pesar de sus angustiadas excusas.
Los actores y actrices tienen una rara debilidad para hacer declaraciones inadecuadas y meterse en problemas. Como los políticos. Pero es curiosa la tendencia de la prensa a magnificar sus errores o a tergiversarlos en aras del sensacionalismo periodístico. Lo cual es tanto más extraño, cuanto que es precisamente a los medios de comunicación a quienes más interesa proteger el derecho de las personas a expresar sus ideas.
Sin embargo, en los dos casos mencionados gravitan intereses diversos. En el caso de Clinton están, desde luego, los intereses de la campaña política, lo que se demuestra con la rápida reacción de denuncia de sus palabras que provino de los aliados de Barak Obama. En el caso de Stone, lo que juegan son intereses comerciales de las firmas europeas en el mercado chino.
Todo lo cual demuestra que la libertad de expresión se pregona y se defiende con ardor, siempre que ella sea inofensiva.