= Decía Balzac que el bar de los cafés es el parlamento del pueblo. Fueron los cafés, los lugares de reunión masculina donde se hablaba de todo, y donde los intelectuales y los políticos comentaban la vida nacional. Fueron famosos los cafés vieneses, y en España, una parte fundamental de la vida literaria se desarrolló en las tertulias de los cafés. Igual ocurrió en Francia, especialmente durante la Belle Epoque; en París, el Café Procope reclamó el honor de haber sido el primer café del mundo. Incluso en Bogotá, mucho después, existió El Automático, un centro de tertulia literaria de mediados del siglo pasado en el cual se dieron cita algunas de las personalidades de la cultura nacional.
Pero los cafés se acaban. En Colombia desaparecieron hace ya algunos años. Quedan tal vez en algunos sectores deprimidos de las grandes ciudades, apenas frecuentados por ancianos nostálgicos, pero incluso esos pocos sobrevivientes-unos y otros-, muestran ya las señales avanzadas de su pronto fallecimiento.
En Francia, incluso, se siente la angustia de ver un estilo de vida que caracterizó sobre todo la vida parisina, desaparecer bajo las leyes que prohiben fumar, una actividad religiosamente ligada a la vida de los cafés.
Pronto solo quedarán en los libros de historia de las costumbres, como tantos otros templos de la conversación y la creatividad.
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