¿Quién pagará las consecuencias de la crisis? No es una pregunta abstracta, sino central. Conocemos a los culpables de la crisis: mercados financieros ultraespeculativos en los que manipuladores sin escrúpulos y accionistas codiciosos invierten con frecuencia, banqueros sospechosos, que le causan un gran daño, un sistema monetario desconectado de la actividad productiva, etc. Quienes tenían un sentido mínimamente realista de la economía sabían desde hacía tiempo que este sistema iba a reventar. ¿Pero quién les escuchó? Ya se anuncia en todo el mundo uno de los mayores signos del paso de la recesión a la depresión: el aumento de las reivindicaciones salariales y de la pobreza. ¿Qué hacer con este sistema que ha provocado el caos, después de haber pretendido ser en estos últimos decenios el mejor y el único? Hay varias propuestas y una tendencia de fondo que se perfila.
De acuerdo con estas propuestas, unos dicen que hay que restablecer el vínculo entre la producción y los mercados financieros para evitar las huidas especulativas. Son los de la escuela de la racionalización y del buen sentido. Otros creen que esta crisis pasará rápidamente pero que hay que aprovechar el momento para instaurar reglas éticas con el fin de perseguir a los tramposos. Estos pertenecen a la escuela de los ingenuos. Otros, más numerosos y más rigurosos, llaman a instaurar reglas draconianas para encuadrar el mercado y proteger el interés general. Están, por último, quienes defienden dos posiciones simétricas pero totalmente opuestas. Por un lado, los que dicen que la crisis es debida al intervencionismo estatal. Éste es el punto de vista surrealista de algunos banqueros . Y, por el otro, los que sostienen que el sistema capitalista ha fallecido de muerte natural, y que hace falta una salida hacia un nuevo sistema económico, ecológico y duradero.
Estas posturas diversas pueden coincidir y mezclarse a veces, aunque definen bien el campo de posibilidades actual. La única certeza que tenemos es que no sabemos adónde vamos, y que las elites políticas se muestran incapaces de hacer otra cosa que no sea gobernar a ojo. Impotencia tanto más angustiosa en cuanto la actual tendencia de fondo prepara un cruel porvenir para los más débiles. Porque el dinero que reparte el Estado en forma de recapitalización de los bancos aparentemente no sirve para atajar la crisis. Los bancos no dan préstamos ni a las pequeñas ni a las medianas empresas, las cuales podrían crear empleos, ni a los particulares, quienes podrían relanzar la máquina productiva con el consumo. De ahí a suponer que aquéllos se sirven en realidad del dinero de los contribuyentes para reflotar sus propias capacidades competenciales, sólo hay un paso...
Naturalmente la única manera de evitar esta cínica manipulación sería que, a cambio de su ayuda, el Estado pidiera estar en los consejos de administración de estas instituciones para controlar el uso del dinero prestado. E incluso, en el caso de los bancos y las agencias más vulnerables, nacionalizarlas, perspectiva que muchos se plantean seriamente en EE UU y Reino Unido.
Los mercados financieros, que son los responsables de la crisis, quieren, sin embargo, una mayor "flexibilidad " del mercado laboral, lo que ante todo significa el derecho a contratar y despedir a su gusto, luego recortar los derechos sociales, y finalmente bajar los salarios en un contexto de escasez de empleo y de fuerte competencia entre los asalariados. En definitiva, las recetas que existen hoy en muchos sectores de actividad en China. Naturalmente, semejante terapia lleva inevitablemente a la explosión social. La Organización Internacional del Trabajo prevé en su último informe, cerca de 240 millones de desempleados en 2009, es decir, 51 millones más que en 2007, lo que llevará a un incremento de la pobreza.
Es probable que estemos en el ojo del huracán, pero lo peor está aún por llegar. ¿Cuánto tiempo durará esto? Nadie lo sabe. La reunión del G20 prevista en Londres a principios de abril debería ofrecer pistas sobre los caminos a seguir. Pero está claro que no se podrá salir de la crisis sólo en detrimento de las clases asalariadas. Lo que es seguro, en cambio, es que si los gobiernos, a expensas del interés general, toman de manera conjunta y coordinada las decisiones impuestas a regañadientes, las calles se llenarán de manifestantes y eso, sea cual sea el resultado de las elecciones.
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