En una inacabable y agitada noche electoral , la alcaldesa de Lille, Martine Aubry, se impuso a la ex candidata presidencial Ségolène Royal en su particular duelo para dirigir el Partido Socialista francés (PS). Lo hizo por una diferencia minúscula, casi ridícula: 42 papeletas más en una votación en que participaron 137.116 militantes. Esto certifica hasta qué punto el PS ha acabado literalmente partido por la mitad tras desangrarse durante las dos semanas extenuantes en que lleva tratando de encontrar un líder.
De hecho, aún sigue: los partidarios de Royal no aceptan la derrota, han denunciado irregularidades en algunas federaciones y reclaman una nueva votación. "Los militantes tienen derecho a un voto claro e indiscutible", dijo Royal. Los seguidores de Aubry no están dispuestos a repetir la consulta porque se saben vencedores aún por ese milimétrico margen.
El primer secretario saliente, François Hollande, escondido toda la noche, salió ayer a la palestra a aclarar que el resultado es el que es pero que necesitará la validación del Consejo Nacional, que se reunirá pasado mañana, martes, y que resolverá los recursos pertinentes. Manuel Valls, uno de los lugartenientes de Royal, aseguró que existe una división patente pero que, por ahora, no hay riesgo de escisión. La fractura es tal que hace falta aclararlo.
Los militantes terminaron de votar a las diez de la noche del viernes. Los dos bandos irreconciliables -liderados para empezar por dos mujeres que no se soportan una a otra- se apostaron cada uno en su cuartel general. Poco a poco iban llegando los datos a la sede socialista en París, al elegante palacete de dos plantas situado en Saint-Germain-des-Prés.
A las doce de la noche ya se sabía que la votación iba a ser ajustada, pero nadie se imaginaba cuánto. Un dirigente del bando de Aubry se dejó caer por el patio donde vagaban los periodistas para deslizar que la alcaldesa de Lille había ganado. A los pocos minutos llegó a los móviles un bombardeo de mensajes de la otra parte: "No nos dejaremos robar la victoria".
En la planta segunda del palacete, cerca de la sala donde se centralizaba toda la información, los políticos de uno y otro lado paseaban atornillados al móvil, cantando las noticias a los compañeros del cuartel general. De pronto, se comenzó a escuchar un griterío que llegaba de afuera.
Eran decenas de militantes, de seguidores socialistas, que pegados a la valla de entrada, gritaban "¡Unidad!", "¡Unidad!", "¡Unidad!". A primera vista parecía una ironía. Pero no. Pronto, otro sector de militantes les contestaba: "¡Democracia!", "¡Democracia!". En el fondo, los primeros, partidarios de Aubry, reclamaban que se diera por bueno el resultado que viajaba de rumor en rumor; los otros, seguidores de Royal, exigían lo contrario. Ambos grupos, gritándose unos a otros con mucha educación componían la metáfora viva del actual socialismo francés, dividido y confuso, incapaz de alumbrar un líder no ya incontestable, sino al menos no contestado por la mitad menos uno.
Todos los militantes y socialistas llevaban casi 20 días envueltos en el nombramiento del nuevo primer secretario, que no acababa de llegar nunca. Habían celebrado un congreso infructuoso, el fin de semana pasado en Reims, que se cerró en falso, sin vencedor. Los mismos militantes ya habían votado tres veces.
La meteórica intervención de la dirección del partido trajo algo de calma. Se anunció un comunicado oficial, algo que despejara las dudas y que silenciara los envenenados comentarios de pasillo. Por fin se sabría quién había ganado y por cuánto. Por fin habría un líder. Compareció públicamente el dirigente socialista Daniel Vaillant, antiguo ministro de Defensa, y actuó de improvisado portavoz oficial. Y ante el silencio expectante de una sala a rebosar, soltó:
-No se puede decir quién ha ganado porque la votación está tan ajustada que incluso hay que esperar los votos de Ultramar.
-¿Y cuando se sabrá?
-No lo sé, la verdad.
Jamás el mundo socialista estuvo tan pendiente de los militantes del otro lado del océano, que votan más tarde por el cambio de horario. A las cinco y media de la mañana, un comunicado oficial titulado "Contabilización total de las federaciones" daba el resultado final.
Martine Aubry, la trabajadora ministra de las 35 horas laborales, proclive a un partido de corte clásico, puntillosa, de ademanes secos y mal pronto, había conseguido el 50,02% de los votos; Ségolène Royal, la líder de la sonrisa ideal, más moderna, favorable a un partido de corte presidencialista, abierto a más militantes y seguidores, la de los gestos teatrales a veces místico-cursis, la hasta ese momento encarnación de un nuevo PS, había logrado el 49,98%. La diferencia en las urnas entre estas dos mujeres tan diferentes se reducía, paradójicamente, a un puñado de 42 votos de militantes que jamás importaron tanto.
"Perderemos todos si no somos capaces de unirnos", aventuró ayer Aubry. En una breve declaración pública, advirtió: "Se lo debemos a los militantes".
Los seguidores de la autodenominada ala izquierda del Partido Socialista francés (PS), del eurodiputado Benoît Hamon, que llegó a aglutinar hasta el 22% de los votos de los militantes en una elección previa, resultaron determinantes en esta última y decisiva consulta para elegir primer secretario.
Martine Aubry ha hecho de la fijación del partido en la izquierda y en la negativa rotunda a cualquier acercamiento al centro una de las características de su campaña frente a Ségolène Royal. Por eso, todos esperaban que la alcaldesa de Lille se llevaría todos los votos provenientes de Hamon y vencería, si no ampliamente, sí al menos con un margen honroso.
No ha sido así. Royal, más proclive a pactar con el centro y con menos empachos ideológicos, ha demostrado sin embargo que es capaz de arañar apoyos de militantes de todas las tonalidades. De ahí la victoria por la mínima de Aubry.
En todo caso, la futura primera secretaria del PS, en caso de que el Consejo Nacional que se celebra pasado mañana la ratifique, deberá enfrentarse a no pocos desafíos a fin de evitar que el zozobrante barco del socialismo francés no termine por hundirse de manera definitiva.
El primero de estos retos será el más difícil: hacerse con la legitimidad suficiente como para unir (o al menos recomponer) un partido dividido por la mitad. Después, tendrá que preparar las elecciones europeas de junio de 2009 y, a más largo plazo, organizar la nominación del candidato socialista que se enfrente a Nicolas Sarkozy en las elecciones a presidente de la República en 2012.
Visto lo visto en el congreso de Reims y en las posteriores votaciones para la elección del primer secretario, el asunto resultará peliagudo.
En cuanto al terreno ideológico, Aubry deberá delimitar bien el campo de actuación del PS, cada vez más emparedado entre el centro de François Bayrou, que se ha convertido en protagonista inesperado y beneficiario de este proceso de elección socialista, y la ultraizquierda de Olivier Besancenot, el cartero líder de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), un político popular en Francia capaz de aglutinar un porcentaje de votos cercano al 10%.
Todo esto, claro, sin olvidarse de dirigir la oposición al siempre hiperactivo Sarkozy, que ha sabido salir reforzado de su etapa como presidente de la Unión Europea, que termina el 31 de diciembre.
(Con informaciones de El País)