Después de la II Guera Mundial, Alemania siempre ha tenido un problema con la historia contemporánea. En su afán de borrar todo vestigio de la era nazi, el sistema educativo soslayó todo énfasis en ese período. Con el resultado de que la juventud creció aislada de ese oscuro pero reciente pasado. Mientras los viejos eran obligados a asumir las culpas, los jóvenes ignoraban todo. En la República Democrática, bajo el dictado comunista, y en consonancia con la teoría marxista, el nazismo se consideró un producto del sistema capitalista, de manera que el papel personal de Adolf Hitler se redujo al de un peón de las fuerzas dirigidas por los gestores de los medios de producción.
Esa estrategia, en ambos casos resultó ser equivocada, porque al final terminó estableciendo una especie de ruptura entre una generación culpable, y las otras, más jóvenes, totalmente desvinculadas y desentendidas de toda responsabilidad historica en la guerra y en el holocausto. Lo cual no fué ajeno a una tendencia al reexámen del papel de Alemania en el período de la entre guerra. Tendencia que causó fuertes críticas porque se vió, exageradamente, como parte de un proyecto destinado a recrear el viejo nacionalismo alemán que se identifica en el resto de Europa como uno del los determinantes de las dos guerras mundiales.
Desde otra perspectiva, no puede dejar de resaltarse la paradoja de que en los primeros años de la reunificación, alguna parte de la juventud de la antigua RDA se lanzara a una violenta militancia de extrema derecha, las cabezas rapadas, que hizo recordar las peores épocas del paramilitarismo nazi.
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