Tailandia es una monarquía, como ya lo dijimos. El Rey Bhumibol Adulyadeb cumplió 80 años el pasado 5 de diciembre. Es una figura muy popular y querida en el país, y su retrato se encuentra por toda parte en la capital. Nos recibe a los miembros del Consejo Directivo en una sencilla pero muy solemne y protocolaria ceremonia. El Rey entra caminando lentamente apoyado en un fino bastón; se sienta en una silla labrada pero sencilla, frente a cuyo espaldar hay dos larguísimos colmillos de elefante. Antes han entrado cinco o seis de sus consejeros, todos de corbata y bastante ancianos. Todos, por órden alfabético somos llamados por el Presidente de la Suprema Corte y, tras una inclinación de cabeza nos adelantamos y le damos la mano. Para retirarse es necesario dar tres pasos atras, pues al Monarca no se le puede dar la espalda. Todos los delegados cumplen muy respetuosamente con el ceremonial, incluídos los países donde las monarquías no son muy apreciadas como institución, como ocurre con la República Popular China. El delegado de Camerún, que está a mi lado me comenta que este protocolo es más exigente que el que se aplica para una audiencia con la Reina Isabel de Inglaterra.
El acto termina después del último saludo, cuando S.M. se aproxima al Presidente y le habla sotto voce de manera que solo lo escuche él. Luego se retira sin decir palabra en medio del respetuoso silencia de todos.
Como el acto es transmitido por todas las cadenas de TV de Tailandia, al día siguiente la gente me reconoce con sorpresa en los almacenes y centros comerciales.
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