lunes, 20 de julio de 2009

40 años

Un pequeño paso para un astronauta, un salto gigantesco para toda la humanidad y las inolvidables imágenes repetidas hoy, de cuando literalmente se inventó el futuro con la llegada del hombre a la Luna hace precisamente cuarenta años. Un aniversario lleno de reflexiones y dudas sobre si Estados Unidos se encuentra verdaderamente interesados en perseverar dentro de lo que se ha descrito como la épica travesía protagonizada por el hombre desde las cavernas hasta las estrellas.

El trío de astronautas de la legendaria misión Apolo XI —Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins— han sido recibidos en la Casa Blanca por el presidente Obama, quien no dudó en calificar a sus invitados como «tres héroes». Vinculando su inspirador ejemplo a la necesidad actual e imperiosa de mejorar los niveles educativos del país que el siglo pasado fue capaz de hacer posible la llegada del hombre a la Luna.

Al calor de estas celebraciones oficiales y televisivas, la septuagenaria tripulación del Apolo XI todavía ha demostrado vigor espacial suficiente como para insistir a la NASA y a la Casa Blanca en que el siguiente paso para Houston debe ser Marte. Nada de perder el tiempo con volver a la Luna. Según ha indicado el más hablador de los tres, «Buzz» Aldrin, el mejor homenaje es «seguir nuestros pasos» pero con una meta más ambiciosa.

Aldrin ha llegado a presentar una propuesta de utilizar la Luna como simple trampolín para visitar Marte, alguna de sus múltiples satélites e incluso un asteroide. Además de formular la siguiente matemática retadora: «Nosotros llegamos a la Luna 66 años después de que los hermanos Wright volasen por primera vez con un avión. Lo que nos gustaría sería que la humanidad llegara a Marte 66 años después de Apolo XI. Es decir para el 2035».

La Agencia Espacial de Estados Unidos tiene sus propias ideas y proyectos para resucitar entre el 2015 y el 2020 su programa de vuelos tripulados, tras jubilar su envejecida flota de trasbordadores espaciales. Pero carece de los suficientes recursos económicos. Sus planes, formulados durante la Administración Bush, pasan por volver a la Luna con una nueva generación de cohetes Apolo «en esteroides». Además de la opción de construir un asentamiento permanente sobre la superficie lunar.

Para los astronautas del Apolo XI, a estas alturas nadie debería dudar de que todo el dinero público invertido en la NASA -aproximadamente un 0,6 por ciento del presupuesto federal- es una inversión más que justificada en el futuro de Estados Unidos. Según dijo ayer Obama, la NASA va a hacer todo lo posible para continuar su «misión inspiradora», pero sin especificar objetivos.

En definitiva, nada comparable a la participación de uno de cada diez estadounidenses en la carrera espacial que hizo realidad la ciencia-ficción de ir y volver a la Luna. Una expedición de 400.000 kilómetros de distancia que entre otras cosas sirvió para empequeñecer al planeta Tierra para siempre jamás.

En realidad, la NASA nunca ha recuperado realmente su dirección desde el triunfo del proyecto Apolo. El cenit se dió ese 20 de julio de 1.969 cuando Neil Armstrong plantó el módulo lunar en el Mar de la Tranquilidad. La cancelación, tres años después, inció el declive, y los trasbordadores espaciales que debían llenar la brecha fallaron en convertirse en los vehículos de trabajo que se esperaba. La agencia ha logrado visitar con sus naves todo el sistema solar, y le ha aportado mucho a la ciencia. Pero sus programas espaciales nunca volvieron al hito de 1.969.

Hace cinco años George Bush delineó un plan para regresar astronautas americanos a la luna en 2.020, con la opción de ir a Marte luego. Ahora ese plan está sujeto a un conflicto poco americano entre introspección y auto-exámen. Al enérgico impulso del Presidente Obama, en su fortalecida Office of Science and Technology Policy (OSTP), la NASA, está sometiendose a un análisis independiente de sus planes de vuelos humanos para determinar su futuro.

Este ha sido un año particularmente difícil para la NASA. Empezó con la nueva administración formulando preguntas difíciles como cuánto dinero podría ahorrarse eliminando varias características del vehículo espacial que la agencia planea usar para reemplazar su vieja flota de transbordadores (Shuttles), que entre otras cosas son el único lazo directo de EE UU con la International Space Station. Los Transbordadores están sujetos a retirarse el año próximo, y ya hay consternación sobre el gap existente entre ese retiro y la llegada del sucesor.

La razón fundamental de la revisión es solo una: la plata. La administración de Obama como cualquier otro gobierno quiere imponer su propio plan de gastos y las naves espaciales nunca han estado muy alto en su lista de prioridades. El plan existente para para tales naves pondría a la NASA a invertir lo que un funcionario estima en cerca de 100 millones de dólares antes de que el programa se complete. Parece prudente, sin embargo, para la administración examinar si es una plata bien gastada.

La NASA enfrenta desafíos fundamentales. Por ejemplo, tal como se diseñaron, sus planes para un sistema de cohetes que reemplacen al transbordador (conocido colectivamente como Ares, el nombre griego para Marte) no cuadra con los fondos disponibles y es criticado por mostrar muy poca innovación y aún menos progreso. La NASA, dicen algunos, deberia impulsar los sistemas de manejo por plasma y los difusores de calor de nano tecnología, y no un "Apolo con esteroides" como se describe burlonamente al Ares. Y no tiene sentido, dicen, la forma como se propone la base lunar como etapa a Marte, porque no es financieramente sostenible.

La dificultad, como siempre, es hacer que la Agencie le sirva adecuadamente al pueblo que paga para ello. Nadie sugiere que la NASA desaparezca, pero las inquietudes reflejan la búsqueda de un propósito que reemplace al que inspiró el programa Apolo. La misión no es la exploración humana por si misma, ni la colonización del espacio, sino hacer que la gran inversión presupuestal tenga sentido.

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