* La separación de la Iglesia y el Estado es una cosa buena. Se supone que la Constitución de 1.991 así lo consagró. En Estados Unidos, que es un país donde hay un sector muy grande de la población que confiesa tener sentimientos religiosos muy fuertes, esa separación se lleva a extremos que en otra parte se considerarían inconvenientes. por ejemplo, las iglesis no tributan, lo que está en la base de la proliferación ya incalculable de los movimientos y las sectas. En cambio, las religiones, credos, movimientos y sectas evitan comprometerse políticamente, y el poder político rara vez interviene en lo suyo.
Acá no hemos logrado nada parecido. Y la Iglesia sigue interviniendo con desenfado en asuntos políticos sin moderación ni prudencia. Es como si se negara a aceptar, que uno de los postulados de la separación es que se debe dejar que el pueblo decida lo que le conviene en relación con el Estado y su conducción, y en cambio sigue creyendo, como siempre creyó, que su paternal dirigencia es necesaria porque la gente es ignorante y necia.
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