Cuando Estados Unidos empezó la construcción de su muralla frente a México destinada a impedir el paso de los inmigrantes ilegales, la prensa europea la comparó, sin razón, con el muro de Berlín: una vergüenza indignante e indigna del respeto debido a la persona humana. Y cabía suponer que tan categórico rechazo a una medida que buscaba disuadir a los miles de trabajadores latinoamericanos que cada año tratan de librarse de las precarias condiciones en que viven en sus países, de ir en busca del tan proclamado sueño americano, significaba que Europa se veía a sí misma incapaz de aplicar un tratamiento similar a sus propios inmigrantes ilegales.
Una vez más, el Viejo Continente ha mostrado que a la hora de la represión de los pobres que tratan de llegar a ella, es capaz de tratarlos mucho peor que los americanos. El Parlamento europeo ha aprobado por abrumadoras mayoría (369 votos a 167), una directiva que le permite a su policía detener durante año y medio (18 meses) a todo extranjero no comunitario que encuentre sin papeles. Y en tan drástica medida han participado, no solo los partidos de la derecha, sino los socialistas.
Con esta decisión Europa muestra que cuando se trata de lo que ella considera sus intereses, no valen para nada las solemnes proclamas de sus intelectuales en beneficio de la dignidad de la persona. Es la misma Europa mezquina y xenófoba que inventó el racismo y el antisemitismo, pero que no tene reato en posar como defensora de los derechos humanos. Y es por eso que siempre hemos creído que si ella o alguno de sus países fuera la primera superpotencia mundial, el destino de los pobres y los explotados del planeta sería mucho peor de lo que ya es.
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