Un periodista del diario alemán DIE WELT aporta una visión completamente novedosa de la prohibición de fumar. Para Richard Herzinger esa interdicción tiene motivos no solo de salubridad. Dice él:
A más o menos largo plazo,el tabaquismo será completamente prohibido. Ello es tan seguro como que dos y dos son cuatro, por más encarnecida y desesperada que sea la lucha de los fumadores. Porque la prohibición de fumar es uno de los grandes cambios culturales en curso en el conjunto del mundo occidental (y a mediano plazo en el conjunto del mundo moderno), un cambio al que es tan vano oponerse como fué en vano antaño oponerse a la evangelización de Europa. Si fumar fué en el pasado, signo de sociabilidad, de confianza y del arte de vivir, hoy en día no es más que un crimen contra la salud. Fumar en público constituye un sacrilegio particularmente grave porque el fumador viola deliberadamente un mandamiento cuyo contenido le es demasiado conocido: fumar es simplemente envenenar el bienestar de los demás, además del propio.
Desde el punto de vista sociológico la prohibición de fumar equivale a expulsar sistemáticamente a las clases menos favorecidas, del espacio público. Porque el tabaquismo es, desde hace tiempo, una característica de los débiles -reales o potenciales de la sociedad-, de quienes no quieren o no pueden llegar a nada en el mundo. Los Estados Unidos están más adelantados que nosotros en este punto, pero los estamos alcanzando con fuerza. Cuando se insiste en fumar, cuando no se trata de parar o por lo menos mostrar vergüenza cuando se cae en esa conducta, uno pasa por pusilánime, por un ser potencialmente incapaz de aportar una contribución constructiva a la comunidad humana.
Pero las clases menos favorecidas no pueden ni quieren dejar de fumar porque ese es uno de los medios por los que se escapan un poco de una realidad absoluta que se quiere la mejor, y la única concebible. Fumar, comer cosas grasosas y beber demasiado son, empero, esas pequeñas cosas que permiten escaparse de la dictadura que se le impone al hombre de estar siempre disponible, siempre en forma, siempre utilizable. Es por ello que las malas costumbres son perseguidas implacablemente por una alianza de yuppis ávidos de ascenso social y de apóstoles verdes -ecologistas o guardianes de la salud-, grupos que se unifican y confunden cada vez más. Para esta santa alianza desafiar la salud es una provocación - no tanto por razón de los productos nocivos regados por el humo, sino porque fumar cuestiona su realidad, una realidad que gira alrededor de una concepción positiva de la existencia. Cuando uno rechaza esa realidad, arruinándose la salud, se lo considera como un badulaque, un débil, y por lo tanto como un peligro público porque puede arrasrar a otros a su flojera. Así estigmatizadas, las clasesdesfavorecidas ya no entrarán al lindo nuevo mundo de los avispados, de los siempre listos de los ambiciosos, y deberán desaparecer de los lugares públicos. la prohibición de fumar en los restarantes y en los bares será seguida muy pronto por la prohibición de fumar en los estadios de fútbol, próximo objetivo en la conquista de los espacios públicos antanno dominados por el proletariado. Pero no se tolerará tampoco que los fumadores de las clases pobres se retiren en bares o recintos-ghettos frecuetadas unicamente por ellas.
Porque en el bello nuevo mundo de los bien portados, de aquellos que viven y piensan de manera productiva, no debe haber ghettos, antos de irracionalidad que le puedan recordar a los exitosos que podrían arriesgase a caer un día en la flojera.
Porque la prohibición de fumar, incluso en los bares y cantinas proletarios es en realidad un objetivo cultural.
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