Robert Mugabe, el sombrío dictador de Zimbabwe pareció a punto de perder su batalla por el poder con el candidato Tsvangirai en las recientes elecciones de marzo. Que fué derrotado es una cuestión sin discusión. La extensión de la derrota es desconocida, pero el hecho de que el gobierno de Mugabe la reconociera por un porcentaje mínimo demuestra que ella ocurrió, seguramente en una proporción inmensamente mayor. La segunda vuelta será el 29 de junio, pero es evidente que el viejo sátrapa no entregará el poder, pase lo que pase. Aunque lo ocurrido indica que el fin está cerca. El caso de Mugabe ha sido de común ocurrencia en Africa: un luchador y héroe de la independencia que termina convertido en un tirano peor que los antiguos amos coloniales.
Pero también es cierto que ha sido combatido por las grandes potencias, entre otras cosas por haber expropiado los grandes latifundios de la minoría blanca que gobernó Rhodesia, como se llamaba el país antes de su cambio de nombre al convertirse en una nación. Esas expropiaciones acabaron con una próspera economía que era admirada en la época colonial, pero que se construyó excluyendo a la población negra, como en tantas otras partes del continente.
No es fácil, por tanto, establecer si Mugabe se convirtió en lo que es hoy únicamente por su propia voluntad y ansia de poder, o si al menos una parte de la responsabilidad la tienen quienes lo castigaron por haberse enfrentado con los antiguos dueños coloniales del país. Porque en la tragedia de Africa los peores crímenes los cometieron las naciones "civilizadas".
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