Ultimamente se han incrementado las acusaciones contra los laboratorios farmacéuticos del mundo por llevar a cabo prácticas deshonestas con el propósito de incrementar las ventas de los medicamentos. Hace poco Le Monde publicó un escrito de un médico que sostenía que toda la alharaca en torno del colesterol, bueno o malo, era una completa exageración, ya que su presencia, en últimas no indicaba nada. Según él, todo era una conspiración de las grandes empresas de fármacos, empeñadas, como en muchos otros casos, en mantener a la gente consumiendo sus productos. Aunque el artículo provocó reacciones indignadas de los propios médicos, y fué retirado del periódico inmediatamente, no hay duda de que no está muy alejado de la verdad en lo que se refiere al comercio de las drogas médicas. Al fin y al cabo, ello no es más que una estrategia lógica del sistema capitalista.
Pero también en el ámbito de la profesión médica parece haber comportamientos que le deben más a la economía de mercado que a la deontología. Porque es común que ciertas enfermedades o meras dolencias se pongan sospechosamente de moda. Hace algunos años todas las mujeres padecían, según sus médicos, de hipoglicemia. Fué una epidemia que apareció y después de arrasar con el género femenino, desapareció, aparentemente con la misma falta de explicación con la que había surgido.
Hay varios ejemplos similares que suelen pasar más o menos desapercibidos. Pero ahora le ha tocado el turno a un nuevo flagelo, que golpea esta vez al género masculino: el hígado graso. Con sospechosa unanimidad y simetría, ejércitos de varones en todo el país están siendo notificados del mismo ultimátum. Están en inminente peligro de contraer cirrosis, si no abandonan de manera absoluta el consumo de licor. Y el dictámen se hace en términos curiosamente tan parecidos, que uno no puede liberarse de la oscura sombra de la sospecha.
Debemos creer en la honradez y en la buena fé de los médicos. Pero, - ello incluye creer también en su asombrosa tendencia a la coincidencia ?
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