Hace unos dos años una universidad china publicó el "ranking" de las universidades del mundo según su nivel de excelencia y calidad. El estudio tuvo una amplia repercusión, entre otras cosas por no provenir del mundo occidental. Es posible que, de haber sido elaborado, por ejemplo, en los Estados Unidos o en general en el mundo anglosajón, hubiera sido recibido con un rechazo general en Europa. Y si hubiera sido realizado por algún país europeo, lo cual habría sido improbable, ese país no hubiera estado entre los grandes; Alemania, España, Italia y en todo caso Francia.
Porque la clasificación del estudio chino se limitó a decir lo que todos saben: que, de manera abrumadora, en calidad y en cantidad, las mejores universidades del mundo están en la Uniópn americana.
A su turno las universidades franceses aparecen muy abajo, como las alemanas, y ni hablar de las españolas, tan promocionadas en nuestro país. Pero en todo caso, lo interesante es que la verificación de esta preocupante realidad ha hecho que se empiecen a tomar medidas para incrementar la calidad de los grandes centros educativos. En Alemania el debate ha sido acalorado, y en Francia se acaba de aprobar una interesante ley que desarrolla un gran nivel de autonomía para las universidades.
En problema en los citados países es no solo que los planes y pensumes de la educación se encuentran sometidos a un gran control por parte del Estado, sino que los propios centros universitarios carecen de toda posibilidad de auto-gestión respecto de los órganos de la Administración estatal. Ello crea una gran rigidez e impide que exista la sana competencia académica como ocurre en los Estados Unidos, donde las grandes universidades de la llamada Ivy League cifran su atractivo en la calidad individual de sus planes de estudios, que ellas proponen sin intervención del Estado.
Hay por supuesto oposición por diversas razones a la reforma en Francia. La reforma, ya entrada en vigor el 10 de agosto pasado a través de la LRU (Ley de responsabilidad de la Universidades) les permite establecer programas conjuntos de desarrollo e investigación con la empresa privada, una "démarche" que a los franceses les produce urticaria, pero que busca implementar precisamente una de las notas características del sistema norteamericano. Se denuncia que, en adelante, se abandonarán o debilitarán los cursos pertenecientes a las ciencias sociales (filosofía, sociología . . .) Los sindicatos, por su parte, temen que al fortalecerse la autonomía de los centros académicos, sus autoridades se volverán todopoderosas en desmedro de la posición y derechos de los docentes.
Pero sin duda, este debate, que algún día nos llegará a nosotros, habrá de terminar por propiciar una universidad más acorde con el mundo actual, y liberada de los pesados esquemas decimonónicos que todavía la agobian.
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