miércoles, 12 de septiembre de 2007

Guanajuato

Vista desde el mirador de "la casa colorada", la panorámica de Guanajuato es más bien decepcionante. Salvo la cúpula de la Iglesia de la Compañía, la mole de la Universidad y la edificación bastante grande e intrigante de lo que llaman la alhóndiga, la primera impresión, totalmente equivocada, es el de un asentamiento caótico y sin armonía. Poco más abajo se vé la escultura, poco agraciada de un héroe de la independencia, Juan José Martínez, el Pípila, y a decir verdad, el observador se queda, al principio, poco impresionado sobre la belleza que ha oido ponderar de Guanajuato. Pero ya en la ciudad, la opinión cambia. Guanajuato es verdaderamente una joya de la arquitectura colonial española, y lo que más sorprende es que se haya podido conservar en su totalidad sin que la mano "modernizadora" del hombre haya cumplido su propósito habitual de reemplazar la autenticidad de las edificaciones antiguas con los esperpentos que ha acostumbrado. La calle subterránea es una sorpresa que deja pasmado al visitante, pues probablemente no exista nada igual en otra parte del mundo. Los senderos estrechos entre las edificaciones le dan a la ciudad un aspecto más europeo que americano, pues ella carece de la cuadrícula propia de la urbanización española, ya que fué surgiendo alrededor de las minas de plata de la región. Y su carácter de ciudad universitaria le aporta un espíritu juvenil que contrasta con la antigüedad de los edificios. Sentados en la escalinata del Teatro Benito Juárez, semejarían un cuadro medieval de alumnos que esperan las lecciones del cuadrivio si no fuera por sus bluyines y sus desodenados cabellos.

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