viernes, 21 de septiembre de 2007

Las tinieblas exteriores

La política exterior no parece haber sido el fuerte de nuestro país. A diferencia de Venezuela, por ejemplo, que ejerció desde el pasado una clara influencia, especialmente hacia sus vecinos del caribe, o Perú, que ha mantenido una cuidadosa y a veces conflictiva relación con Chile y Bolivia desde la cancillería de Torre Tagle, para no hablar de los países del cono sur, esta nación ha vivido la mayor parte de su existencia republicana volcada hacia el interior. Lo que pasa en otras partes tiene aquí escasa repercusión, y los periódicos y noticieros pecan por un tratamiento superficial, incompleto y mínimo de los acontecimientos mundiales. Este parroquialismo quizas se deba, entre muchas otras cosas que seguramente señalarían los expertos, a la poca inmigración que aquí se ha dado, si se exceptúa el aporte de árabes y libaneses que llegaron a la costa atlántica desde principios del siglo pasado, pero que no se caracterizan precisamente por su carácter cosmopolita. Han llegado algunos europeos, y es evidente que algunas de las grandes empresas nacionales surgieron por iniciativa suya. Pero sea como fuere, nuestros gobernantes casi siempre han sido extremadamente tímidos a la hora de proyectar la influencia nacional. Ello no ha permitido que se desarrolle un manejo adecuado de los asuntos externos que pueden interesar al país, y en cambio, se ha incurrido en torpezas muy perjudiciales. Como reconocer por unas notas infortunadas la soberanía extranjeras en unos islotes del caribe; o retirar mansa y timoratamente una fragata de aguas en conflicto, con el resultado de que jamás pudo la armada volver a transitar por el sector. Pero además, el país ha vivido alineado con los Estados Unidos desde tiempos inmemoriables, en una actitud muchas veces poco digna.
Por todo eso, nuestros gobernantes no calculan con acierto las pocas veces que resuelven involucrar a los gobiernos extranjeros en asuntos nacionales. Manejando las cosas como se conducen internamente, se topan con sorpresas desagradables, como ver que las cosas adquieren una dinámica que no pueden manejar. Y se arriesgan de ese modo a que los efectos inadecuadamente buscados sean reemplazados precisamente por aquellos que hubieran deseado evitar.

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