El Tiempo trae hoy una información banal, en apariencia, sobre la ciudad, en donde se cuenta que los vecinos de un colegio lograron que la administración distrital les prohibiera a los jóvenes de la banda de música que ensayaran por la tarde. Y digo que es una información aparentemente banal porque creo que, en realidad, ella demuestra cláramente la mentalidad de las gentes de los estratos altos de la capital. Esas son personas que se creen dotadas de unos fueros aristocráticos que los ponen por encima de los demás seres mortales. Gente, seguramente de cierta edad, que no soporta el espectáculo mismo de la juventud porque les recuerda sus frustraciones y melancolías.
En los países desarrollados, donde la tercera edad es ampliamente mayoritaria se respira ese aire de solemnidad y silencio impueso a la juventud para que respete el domitar de la senectud. Allá ellos con sus sociedades aburridoras e intolerantes.
Pero aquí, donde los jóvenes son la inmensa mayoría de la sociedad, darle gusto a esos vejetes inútiles es un atropello.
Quienes arriesgan diariamente su futuro son los jóvenes, y por eso tienen derecho a imponerle sus gustos a los otros, los intolerantes y caducos.
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