Siempre me han interesado los libros que dan cuenta de historias extrañas o no muy conocidas. Como la de los sureños que después de la Guerra de Secesión se fuerron a vivir a Brasil. O la de los niños españoles, hijos de republicanos, que fueron enviados a la URSS; o también la curiosa historia de la hermana de Nietzche que fué a Paraguay a fundar un campamento pacifista, o a recrear el estado de naturaleza. Ahora ha llegado a mis manos, via Amazon, un libro, "THE FORSAKEN: from the Great Depression to the Gulag: Hope and Betrayal in Stalin's Russia" de Tim Tzoulliadis, que relata la historia de los miles de americanos que emigraron a la Unión Soviética durante los años treinta, en la Gran Depresión, en busca de lo que imaginaron que sería una mejor vida. Y me parece que es interesante comentarlo. Esos americanos emigrantes salieron de entre los 13 millones de desempleados que dejó la crisis, y pertenecían a las más variadas capas de la sociedad: granjeros, ingenieros, vendedores, cocineros y meseros. Desilusionados de su país, pusieron sus esperanzas en el "milagro económico" del Plan Quinquenal de Stalin. En una época en que el sistema capitalista parecía condenado, la URSS prometía trabajo y empleo. Quizás pensaron también que encontrarían una sociedad más justa y humana. Algunos vendieron todo para pagar su viaje a lo creyeron era la "tierra prometida".
Muchos habían sido atraídos por unos cuantos viajeros como Paul Robertson o George Bernard Shaw, que regresaron de Rusia en 1.931 a difundor por la radio las maravillas de una sociedad que era, supuestamente, la única salvación de los trabajadores; o por periodistas como Walter Duranty, jefe de la oficina del New York Times en Moscú que elogiaba los logros económicos de Stalin, pero cerraba los ojos ante la hambruna de 1.932-34, y la esclavización en los campos de trabajo del Gulag.
Para mediados de los treinta había 15.000 americanos viviendo en la URSS, tantos como para formar una liga de béisbol que jugaba los domingos en el parque Gorky. La mayoría fueron privados de su pasaporte por las autoridades soviéticas, pero nunca se los reconoció como "verdaderos" ciudadanos soviéticos, y a muchos se los arrestó como potenciales "espías" durante el Gran Terror de 1.937 a 38. Al final desaparecieron en el Gulag.
Tim Tzoulliadis cuenta su historia. Después de buscar árduamente en los archivos de EE UU y en las pocas memorias que fueron escritas más tarde por algunos de los que regresaron de los campos de concentración tras la muerte de Stalin en 1.953. Uno de ellos, Thomas Sgovio, hijo de un comunista de Buffalo, y quien fué a parar a Kolyma, uno de los peores campos del noroeste siberiano, descubriría después que había sido enviado por su propia compañera americana, quien lo acusó para salvarse ella misma. De vez en cuando llegaba una desgarradora carta de un prisionero a sus parientes. George Sviridoff solo tenía 16 años cuando lo descubrieron tratando de volver a os EE UU en un barco. Sentenciado a 10 años de prisión en los campos del extremo norte del país, le escribió a su padre: "Ahora, papá, mi destino está sellado. Te dejé a tí, perdí mi país, perdí mi libertad, perdí todos los placeres de la vida . . . solo me queda por perder, la cabeza".
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