Tzoulladis no se ha valido de archivos soviéticos o del Comintern, cada uno de los cuales le hubiera agregado información vital sobre el contexto a la narración. Ni se ha ocupado de la literatura sobre las "operaciones nacionales" de Stalin en los treintas y los cuarentas, no solo a través de los americanos, sino de los polacos, finlandeses, chinos, coreanos y de otras nacionalidades, muchos de ellos también emigrantes por razones económicas, que fueron luego arrestados como "enemigos". Varios centenares de finlandeses cruzaron la frontera soviética en busca de trabajo durante la Depresión, para terminar luego en los campos de trabajo de Stalin.
Sin las fuentes rusas, The Forsaken pierde de vista a su principal objeto, los americanos perdidos una vez que ellos aterrizaron en la Unión Soviética y desaparecieron en el Gulag. En cambio, el libro se traslada hacia los políticos y diplomáticos que ignoraron los ruegos de las familias para que les dieran su apoyo, y en cambio se coludieron con el régimen para que padecieran el terror y los campos de concentración. Henrietta Speier de San Bernardino, California, le escribió varias veces a la embajada americana para pedir información sobre su hijo Edward, un obrero metalúrgico de Detroit, quien aparentemene murió de neumonía en un tren prisión, de acuerdo con el certificado soviético de defunción. Nunca recibió respuesta.
Tzouliadis cuenta la manera como los diplomáticos fueron engatusados. Joseph E. Daviesk, el embajador de Roosevelt entre 1.936 y 1.938, se creyó por completo el show de los procesos. Su presencia en ellos, expoltada por los medios soviéticos, les dio "un vendero de legitimidad", como escribe Tzouliadis. Y hubo el respectivo pago por la complicidad del embajador. Durante su estadía en Moscú, a Davies y a su esposa se les permitió comprar una enorme cantidad de arte ruso, joyas y muebles antiguos, la mayor parte expropiados a las víctimas del terror y vendido a precios ínfimos por los ejecutores, la NKVD en ofertas especiales.
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