En este blog estuvimos muy atentos a la campaña del hoy Presidente de Francia,e incluso nos gustó su victoria. No tanto por las ideas de exagerado derechismo o su evidente gusto por la vida de los ricos y famosos que reforzó con el matrimonio expréss con Mlle Carla Bruni, sino porque creímos que introducía en la política y en las instituciones francesas un soplo de aire fresco, moderno y deportivo con su estilo y comportamiento personales. Francia fué el país que hizo la gran Revolución hace casi 220 años, decapitó física y políticamente la monarquía y le aportó al mundo los derechos políticos y la igualdad jurídica. Y sin embargo, en ningún país los gobernantes han gozado en años recientes de una majestad tan imponente como en Francia. El General De Gaulle era un verdadero monarca sin corona, tanto que los caricaturistas lo representaban como un moderno, aunque decrépito roi soleil del siglo XX. Y lo mismo ocurrió con sus sucesores, Pompindou, y el puntilloso y refinado Valerie Giscard d'Estaing. Y cuando el partido socialista ganó las elecciones en 1.981, Paris vió cómo un Presidente de gauche François Mitterand, adoptaba de inmediato la misma pose distante, altanera e imperial de sus predecesores. Vuelta la derecha al poder, Jacques Chirac, en su largo "reinado" republicano llegó a parecer, al final de su camino un aristócrata cansino, frío y remoto.
Sarkozy, pues, llegaba con su jogging que escandalizó a la intelectualidad, y el comportamiento "a l'americaine", que le valió la acusación de haber introducido en la nación, la "pipolisation" de las costumbres, en sarcástica referencia a la revista americana People.
Y luego vino su separación y posterior matrimonio con Carla Bruni, que al principio avergonzó a sus compatriotas por el espectáculo de farándula que lo rodeó.
Pero ahora las cosas parecen estar cambiando. Ante todo, el presidente ha comprendido que Francia necesita cambios y que debe tratar de lograrlos, si quiere retener algún grado de credibilidad, y porque debe intentarlos en bien del país. En segundo lugar porque debe aprovechar la creciente debilidad de la oposición socialista, sumida en un caos del que no parece en plan de recuperarse. Y, finalmente, porque la opinión pública, por primera vez, quizás en muchas décadas no está simpatizando con las huelgas, y las estruendosas marchas de antaño, lo que ha ablandado notablemente a los sindicatos.
La opinión es que si Sarkozy logra dejar de lado ciertas tendencias populistas que lo llevan a veces a entonar la misma canción caduca de la "grandeur" francesa para oponerse a ciertas exigencias de la CE, puede llegar a ser el gran presidente dque sus compatriotas necesitan.
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