* Cada vez que se produce la muerte de un soldado europeo en Afganistán, es la misma reacción: la protesta de los medios de comunicación, o por lo menos la de aquellos que representan determinadas tendencias hostiles al compromiso con la OTAN, y las declaraciones de los líderes del respectivo gobierno, de que intensificarán las medidas para evitar que tales hechos vuelvan a ocurrir. En el Parlamento se cuestiona el envío de tropas al citado país y se afirma que se están arriesgando vidas para cumplir designios extranjeros.
Pero es que las sociedades europeas, en general, no quieren saber de guerras y de riesgos. Preferirían que su bienestar se defendiera solo, y cada vez aceptan con más dificultad la idea de que ese bienestar y esa calidad de vida tienen un precio, que debe ser pagado periódicamente.
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