* Los periodistas son infalibles, impecables, e incriticables. Y los parámetros que le aplican a todas las demás personas, no les son aplicables. Las informaciones sobre los funcionarios públicos, de cualquier clase que ellos sean, se publican generalmente sesgadas y cláramente teñidas de prejuicios. No se limitan a dar cuenta de la noticia, guardando prudente imparcialidad, sino que se envuelven en sospechas, cuando no se fulminan condenas inapelables. Las gentes no tienen frente a los medios derecho alguno al debido proceso.
Hace pocos días se unieron en legión para defender al director de una revista que, según el juez, no dispuso adecuadamente la rectificación a una noticia, a pesar de la órden dada en sentencia de tutela.
Y fué vergonzoso el comportamiento de los colegas del director, y descaradas sus razones para justificar ante el país el criterio de que el mencionado periodista no debía ir a prisión por su desacato a una órden judicial. Uno de los defensores oficiosos llegó a afirmar que los jueces no debían disponer como se ejercía el periodismo; cuando parta la sociedad lo grave es que los periodistas disponen cómo se ejerce la justicia.
Pero casos como este no solo ocurren aquí. También en Francia, donde el anterior director del diario Liberation, Vittorio de Fillipis, se negó a cumplir una óden judicial que lo convocaba, por lo que fué detenido por la policía, con el consiguiente y estertóreo griterío de la prensa de izquierda y naturalmente sus simpatizantes, entre los cuales están, claro !!, no pocos jueces de allá. Pero también es importante decir que las críticas se refirieron más que todo a la forma empleada por la policía para detener al Sr. de Filippis, supuestamente brutal (aquí diríamos simplemente grosera y brusca), que al hecho mismo del arresto.
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