No sé cual será el efecto real de las marchas multitudinarias. Pero soy excéptico. No les veo realmente utilidad; cuando tienen éxito son impresionantes. Pero temo que los destinatarios en este caso, viviendo su esquizofrenia cuotidiana no les dan importancia. Quizás se inquieten un poco en sus raros lapsos de lucidez; pero no se preocupan demasiado.
Y hay un peligro adicional: a fuerza de repetirlas, las marchas terminan, como todo, desgastándose. Poco a poco el entusiasmo de la gente languidece, y el efecto que se pretendía lograr puede volverse en contra.
El relativo fracaso de hoy, debe poner sobre aviso a los gestors. Y a Doña Ingrid sobre lo peligroso que puede resultar una marcha inoportuna.
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