La jurisprudencia, es decir, el conjunto de los pronunciamientos de los jueces y tribunales tiene un sentido dinámico. Se supone que ella expresa la evolución del derecho de acuerdo con las circunstancias cambiantes del órden social. Es cierto que, a veces, cuando los postulados que se van planteando no se han acabado de consolidar, porque ellos son todavía demasiado novedosos o audaces, los jueces pueden vacilar y volver en cierto modo, transitoriamente, a la seguridad de las soluciones consagradas. Pero al final, y en la medida en que la sociedad lo exija o lo requiera, los nuevos hallazgos del derecho terminarán por imponerse.
Lo que sí carece de sentido, es la práctica de buscar en las decisiones judiciales la solución o el arreglo que mejor le convenga a intereses determinados sin parar mientes en que aquellas pertenezcan a épocas más o menos pasadas, como si el bagaje de los pronunciamientos de los jueces fuera una especie de pozo de la dicha de donde se puede sacar lo que uno quiera según la necesidad del momento.
Y esta es una costumbre que no sólo practican los particulares, sino, por desgracia, las propias entidades públicas, que contribuyen de ese modo, a multiplicar la confusión en la actividad jurídica.
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