lunes, 14 de enero de 2008

La opinión de los otros. . .países

Un país no puede vivir tratando de acomodar sus políticas o sus decisiones a la opinión de los extranjeros. En esa costumbre nuestra de actuar como esas familias modestas de barrio municipal, que se la pasan cuidándose a toda hora de que los vecinos descubran o se burlen de sus necesidades. Un país no puede estar pendiente todos los días de lo que dicen los gobernantes vecinos, mucho menos cuando ellos padecen de un afán invencible de protagonismo o de simple logorrea.

Y los ciudadanos de un país no pueden vivir todos los días sometidos a la vociferación permanente de un periodismo alaraquero e insubstancial, que parece cifrar su misión en el escándalo, la exageración y el ruido.

Hay que llevar las cosas a los límites de su exacta dimensión. Haciendo eso, pronto se descubrirá si la mayoría del estruendo no es más que eso: fragor sin substancia.

Pero tampoco hay que descuidarse; como  lo decía nuestro inefable Marroquín, en más de  una ocasión sale lo que no se espera.

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