domingo, 4 de noviembre de 2007

Sobre la Pena de Muerte

Reclamar el establecimiento o restablecimiento de la pena de muerte da por lo general la medida de la indignación por algún crimen particularmente atroz. La muerte de un niño, cuando ha sido particularmente brutal, por lo general desata esos reclamos que, sin embargo, no suelen durar. y eso es bueno porque la pena capital es siempre inútil. En primer lugar porque nunca ha servido para disuadir a los criminales siguiendo el conocido principio de que nadie cree de verdad que las cosas malas que le suceden a los otros, le sucedan a él. Cuando las ejecuciones de los carteristas (un delito considerado entonces como particularmente odioso), eran públicas en Europa y reunían una gran cantidad de público, los carteristas sobrevivientes aprovechaban para hacer de las suyas. En segundo lugar, porque ningún homicidio, ni siquiere el que impone el Estado se justifica ni es lógico. Supongamos el homicidio cometido por un particular; casi siempre se impone por venganza. Si el homicida cree en Dios, y la ofensa ha sido realmente extraordinaria, debería dejarle a su Dios hacer justicia. Y si no cree en Dios, el homicidio es ilógico porque la muerte será el final y no el castigo de su enemigo. El castigo debe prolongarse en vida si la venganza ha de tener algún sentido. En cuanto al Estado, su fin, al imponer las penas, no puede ser la venganza sino la rehabilitación o el castigo. Y entonces, si descartamos la rehabilitación, el castigo tampoco tendrá sentido por las mismas razones ya anotadas.

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