Es un premio Nobel de medicina; describió en los años sesenta el funcionamioento del ADN. Y manifestó recientemente en el Sunday Times que teme mucho por Africa porque en ese continente se aplican medidas que parten de la premisa de que los africanos son igual de inteligentes que "nosotros" (es decir, los europeos y los norteamericanos), cuando las investigaciones han demostrado sobradamente que no es así. Las acusaciones de racismo no se han hecho esperar, y el profesor ha tenido que retractarse alegando que no quiso decir lo que dijo.
En el mundo de hoy, pocas acusaciones son más severas que las que se refieren al racismo. Insinuar siquiera que las razas tienen diferencias en materia de gustos y simples preferencias estéticas ya es suficiente para generar suspicacias. Pero llegar al extremo de insinuar que las capacidades intelectuales no se dan en equitativa medida en los distintos rincones de la tierra, desata furibundos anatemas que proclaman, además, el despertar de los demonios del nazismo.
La humanidad no ha olvidado los brutales extremos a los que llevó la pretensión de una "raza superior", y por eso reacciona con alarma a cualquier afirmación como la de este profesor distraido.
Todavía se recuerda el furor desatado por "The Bell Curve" de Herrstein y Murray quienes en 1.994 analizaron en el libro de ese nombre las diferencias en la inteligencia de la gente para explicar más o menos el éxito social y profesional. Y aunque los autores nunca hablaron de una supuesta base genética de tales diferencias, no se libraron de la acusación de pretender darle base científica a consideraciones racistas.
Pero si tales diferencias existieran, lo que no parece posible, es probable que la humanidad nunca se sienta suficientemente segura como para seguirlo investigando.
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